Uno de los aspectos más llamativos de las cuevas naturales con uso sepulcral en época visigoda es, sin duda, el de las edades de los muertos depositados en su interior. En todos los casos en los que se ha estudiado ese tema, esas edades han resultado estar, en su gran mayoría, por debajo de los 35-40 años. Es decir, no hay, salvo contadas excepciones, ni adultos maduros (entre 40 y 60 años) ni ancianos. Y eso es una característica que creo que hay que tener muy en cuenta a la hora de estudiar estos yacimientos tan peculiares, máxime cuando supone una de las grandes diferencias tanto con los cementerios de la época (ss. VII-VIII d. de C.) como con las cuevas sepulcrales de la Prehistoria Reciente; el otro momento (en realidad, varios) en el que las cavernas se usaron como lugar de enterramiento.
En los tres casos cántabros en los que se han realizado estudios antropológicos sobre los muertos de los siglos VII-VIII d. de C. inhumados en cueva (La Garma, Las Penas y Riocueva, aunque en esta última sólo de forma parcial), éstas han sido sus edades:
- Las de los 5 individuos de La Garma: 1 niño de alrededor de 12 años, 1 subadulto de unos 14 años, 2 subadultos de entre 18 y 20 años y 1 subadulto de edad indeterminada (Etxeberria y Herrasti, inédito)
- Las de los 13 de Las Penas: 1 feto en avanzado estado de gestación o neonato, 1 niño de entre 1 y 2 años, 1 niño de 3 años, 1 niño de 4 años, 1 niño de entre 6 y 10 años, 4 subadultos de entre 18 y 20 años, 1 subadulto de unos 20 años, 2 subadultos o adultos jóvenes de entre 17 y 25 años y 1 adulto joven de entre 25 y 35 años (Carnicero Cáceres, 2006)
- Y las de los 4 de Riocueva: 1 niño de menos de 1 año, 1 niño de entre 2 y 3 años, un niño de entre 6 y 11 años y un niño o subadulto de entre 12 y 18 años (Carnicero Cáceres, inédito)
En el caso de Riocueva hay que apuntar que, pese a tratarse de resultados parciales (porque, como los lectores del blog saben bien, se está excavando allí en estos momentos), lo que vamos viendo este año no difiere de lo conocido en 2012: más niños y jóvenes. Y parece que sólo eso.
Restos de uno de los individuos depositados en la Galería Inferior de La Garma
Sólo existen, que sepamos, otros dos estudios semejantes sobre otras tantas cuevas sepulcrales de época visigoda en otras zonas de la península Ibérica: los de Cueva Foradada (Huesca) y Cueva Larga (Palencia).
Para la primera, recojo literalmente las palabras de I. Barandiarán (1973, 45-46), citando el estudio antropológico preliminar (y único hasta la fecha, por lo que parece) de J. M. Basabe:
"El Dr. Basabe calcula en La Foradada un número de individuos mayor de dieciocho e inferior a treinta y seis (...) En una pirámide de edades, el mayor número posible de individuos representados sería: un feto, dos o tres recién nacidos, siete menores de 5 años, cinco menores de 10 años, diez juveniles y trece adultos o subadultos (...) Por lo que toca al número de mandíbulas y fragmentos craneales, las 2/3 partes son infantiles. En lo referente al esqueleto postcraneal, la población adolescente y juvenil es dominante; le siguen en número los adultos. No hay ancianos. Existe un fragmento de cráneo de individuo que pasa de los 30 años; dos adultos, de 20 a 25; y un individuo, de unos 25 a 30, de constitución robusta. Llama la atención el escaso desgaste de la dentición en todas las edades; expresión probable del régimen eminentemente cárneo o poco vegetariano (...) El total de la población, según cálculos aproximados que el material óseo nos proporciona, oscilaría entre los veinticinco y los treinta individuos. Más bien menos que más."
Resumiendo: mayoría abrumadora de niños y jóvenes y ausencia absoluta de ancianos (y estoy por apostar algo a que en el grupo de subadultos y/o adultos, estos últimos se incluirían mayoritariamente en el rango de los "adultos jóvenes").
En el caso de Cueva Larga, la tónica se mantiene, pero con algunos cambios significativos que la diferencian de las demás. El principal, la presencia indudable de "adultos maduros", aunque en una proporción más baja de lo que sería esperable en un cementerio "normal". El número mínimo de individuos en este yacimiento se cifró, a partir de los rangos de edad presentes, en 31. Esas edades son las siguientes: 3 niños de menos de 1 año, 2 niños de entre 1 y 3 años, 2 niños de entre 3 y 7 años, 2 niños de entre 7 y 10 años, 7 niños o subadultos de entre 10 y 15 años, 7 subadultos de entre 15 y 20 años, 4 adultos jóvenes de entre 20 y 30 años, 2 adultos jóvenes o adultos maduros de entre 30 y 50 años y 2 adultos maduros o individuos seniles de más de 50 años.
En los otros dos casos en los que conozco alguna referencia a las edades de los inhumados en cuevas, aquéllas son muy vagas y nada precisas, aunque certifican la presencia de niños. Así, el conjunto funerario de El Juyo (González Echegaray, 1966) parece que estaba formado por una mujer adulta (de edad indeterminada) y tres niños, mientras que en Los Goros (Palol, 1957) se constata la presencia de dos hombres y una mujer (de edades indeterminadas) y de un joven de entre 15 y 18 años.
Restos humanos en la cueva de Las Penas
En este punto de la entrada, imagino que "la pregunta" ya ha asomado a la mente de más de un lector: ¿por qué? ¿Por qué esa media de edad tan joven? ¿Por qué esa ausencia casi total de adultos maduros y absoluta de individuos seniles? ¿Por qué esa diferencia con las necrópolis "normales"? Existirían varias explicaciones posibles, aunque a mí la que más me convence, desde hace ya unos años, es sólo una. Para dar pie a la siguiente (y creo que última) entrada de esta mini-serie, donde se expondrá con cierto detalle, voy a volver a utilizar las palabras de I. Barandiarán sobre Cueva Foradada (Barandiarán, 1976: 46):
"La pirámide de edades establecida -con un demasiado notable predominio de los niños y jóvenes sobre los adultos y de las mujeres sobre los hombres- no parece corresponder a las habituales proporciones de mortandad de la época. No resulta normal un cementerio corriente en tales circunstancias: es sumamente difícil llegar a la cueva y, una vez ante su boca, muy penoso de introducir un cadáver por sus angosturas (...).
Me resisto a imaginar una utilización como cenotafio de "La Foradada" en circunstancias normales y habría que sugerir -como hipótesis explicativa- cualquier evento extraño e inhabitual que justificara tal acumulación de cuerpos. Acaso haya que pensar en algún tipo de epidemia (que, desde luego, tampoco normalmente habría de afectar más a unos que a otros: no hay apenas personas mayores, y son muy pocos los varones adultos) que obligara a ese ocultamiento de los fallecidos en lugar tan reservado"