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Una aproximación a la vida e identidad de los cántabros de los siglos VII-VIII d. de C. a partir del registro funerario

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Se va acercando el día (y nosotros seguimos preparando nuestra presentación a trancas y barrancas) de comparecer, en Vitoria, en el Coloquio Internacional "Quiénes fueron, qué fueron y qué hacían. Identidades y arqueología funeraria entre los siglos V y VIII". En la página del encuentro ya han colgado el libro de resúmenes (se puede bajar en la sección de descargas), así que aprovecho para poner el nuestro (que lleva el mismo título que esta entrada) aquí. Ahí va, con algunos "santos" por el medio, para alegrar la vista de los lectores:


"Una de las principales características de la arqueología de época visigoda en Cantabria es que aún no se conocen los lugares de habitación de los cántabros de los siglos VI a VIII, por lo que la reconstrucción de sus modos de vida ha de hacerse únicamente a partir del registro funerario. Otra de las peculiaridades de nuestro territorio es que muchos de esos restos materiales proceden de cuevas con uso sepulcral.


La que puede considerarse “manifestación funeraria típica” está representada por tres necrópolis situadas en el sur de Cantabria: Santa María de Hito (Valderredible), El Conventón de Rebolledo (Valdeolea) y Santa María de Retortillo (Campoo de Enmedio). Se trata de yacimientos que han sido relativamente bien estudiados y que comparten una serie de características: su ubicación sobre edificios de época romana; un uso ininterrumpido, al menos, entre el siglo VI y el XII; la escasez de objetos de adorno personal, con muy pocas guarniciones de cinturón y mayor presencia de anillos y otros elementos de adorno; y la completa ausencia de objetos de uso cotidiano y recipientes acompañando a los difuntos. Además de estas tres, se conoce la existencia de otra necrópolis meridional, destruida hace décadas: El Castillete (Reinosa), de donde supuestamente procede un lote de objetos metálicos, entre los que destacan los broches de cinturón.

 
Por su parte, las cuevas con uso sepulcral constituyen una “manifestación funeraria atípica” y son los yacimientos que, hasta la fecha y de forma un tanto paradójica, más y mejor información nos están aportando acerca de la vida en la Cantabria de los siglos VII y VIII. Aunque conocemos varias decenas de cuevas con materiales de época visigoda, sólo unas pocas han sido objeto de intervenciones recientes de cierta envergadura. En los casos mejor estudiados, las cuevas de La Garma (Ribamontán al Monte), Las Penas (Piélagos) y Riocueva (Entrambasaguas), se ha podido establecer su innegable carácter funerario, carácter que muy probablemente pueda extrapolarse a una parte considerable de las demás. Y también se ha comprobado que, como ocurría con las necrópolis, comparten una serie de características: la selección de zonas interiores y de difícil acceso; su uso restringido en el tiempo a los siglos VII-VIII; la presencia exclusiva de individuos jóvenes, por debajo de los 35 años; y la abundancia de objetos de adorno personal (guarniciones de cinturón, anillos, pendientes, etc.) y de uso cotidiano (cerámica de cocina, herramientas, instrumentos textiles, recipientes metálicos y de madera, etc.) acompañando a los muertos.
 
En los últimos años, y gracias a los datos procedentes en esas cuevas, estamos empezando a conocer mejor la vida en la Cantabria de época visigoda. Ahora sabemos cuáles eran sus medios de subsistencia: sus cultivos, sus animales domésticos, la pesca, etc. También podemos reconstruir aspectos importantes de su tecnología y su vida cotidiana: sus técnicas alfareras y cómo era su vajilla de cocina, qué materias primas e instrumentos usaban en el trabajo textil y cómo eran algunos de los tejidos resultantes, etc. Y, finalmente, estamos comenzando a perfilar su implicación en las redes de intercambio de la época, sobre todo a partir de los broches de cinturón y los objetos de vidrio.

 
En el estado actual de la investigación, consideramos que las diferencias existentes entre las necrópolis, y las personas inhumadas en ellas, y las cuevas con uso sepulcral no deben relacionarse con diferencias de identidad, estatus, cronológicas o geográficas. En los dos tipos de yacimientos hay enterradas personas de toda condición; el lapso de utilización es coincidente, a lo largo de los siglos VII-VIII; y su distribución geográfica, a pesar de la mayor presencia de cuevas sepulcrales al norte de la cordillera Cantábrica y de necrópolis exclusivamente al sur, no parece tampoco determinante. Consideramos que se trata de distintas manifestaciones funerarias: cementerios comunitarios, en el caso de las primeras, y sepulturas de exclusión, en el de las cavernas. De ahí la diversidad.

Los elementos de cultura material que pueden utilizarse para realizar apreciaciones de este tipo nos indican, sin ninguna duda, que el territorio de la Cantabria actual estaba integrado en el mundo cultural hispanovisigodo de los siglos VII-VIII, ya que prácticamente todos esos elementos cuentan con buenos paralelos en otras zonas de la península Ibérica. El caso más representativo es el de las guarniciones de cinturón, ya que la mayor parte de los broches son de tipo liriforme, en sus versiones hispánicas, aunque no puede descartarse que algunos sean evoluciones locales de modelos peninsulares más extendidos. Algunos son de hierro, con decoración damasquinada en latón y plata, y forman parte de un tipo tardío y que es exclusivo de la península Ibérica y Septimania. Junto a este indudable y mayoritario carácter hispanovisigodo, también pueden rastrearse algunas posibles reminiscencias tardorromanas y, quizá, cierto influjo continental, a juzgar por la presencia de algunas piezas de origen o inspiración norpirenaicos. Los enterramientos con armas, al contrario de lo que ocurre en otros territorios cercanos, no están presentes, por el momento, en Cantabria en estos siglos.
 
En lo relativo a las creencias, la presencia de varios elementos de adorno con simbología cristiana puede ser un indicio de que nos encontramos ante poblaciones que profesan esa religión. Sin embargo, también existen evidencias de prácticas supersticiosas que podrían tener un origen precristiano, lo que concuerda con el testimonio de las fuentes escritas altomedievales, que describen un territorio cristianizado, pero en el que las reminiscencias paganas siguen teniendo fuerza, aunque ya desprovistas de significado propiamente religioso.

Finalmente, es importante comentar que, hasta la fecha, no contamos con demasiadas evidencias para identificar la presencia de elites en el registro funerario cántabro de los siglos VII-VIII. Muchos de los elementos que se utilizan en ocasiones en ese sentido (broches de cinturón, vajilla de bronce o vidrio, pequeñas joyas de oro y plata, etc.) pueden haber sido en realidad más corrientes en las viviendas de la época de lo que se piensa en la actualidad. Sin descartar completamente que entre los depositados en las cuevas pueda haber algún miembro de esas elites locales, sí que se puede rastrear la presencia de uno de ellos en la necrópolis de Santa María de Hito, a partir del anillo-sello de oro con monograma cruciforme, un indicador de la potestad de su portador para sellar documentos, con todo lo que ello implica desde un punto de vista político y social."

Una ojeada rápida al resto de resúmenes me ha servido para confirmar que la cosa tiene muy, muy buena pinta (habrá que hacer un esfuerzo para estar a la altura...). La única pena que tengo es que no voy a poder llegar hasta después de mediodía el día 17 y, por tanto, me voy a perder las presentaciones de la mañana.


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