Este post pretende ser una humilde contribución a este fenomenal blog, llevado con mano sabia y diestra por mis dos colegas y amigos Enrique Gutiérrez Cuenca y José Ángel Hierro Gárate (Changel). Quizás sea algo extenso, pero el relato, que conlleva en última instancia llamar la atención sobre el conocido Tesorillo de Ambojo (Pedreña, Cantabria), creo que merece la pena por dos razones fundamentales. Por un lado por el propio interés del hallazgo, del que se cumplen 30 años de su descubrimiento y 15 de la publicación de su estudio (Rasines et al., 1998). Por otro, como un acto reivindicativo hacia dos figuras que se vieron implicadas en la historia (Ezequiel Guevara Roqueñí y el firmante del presente texto) y que no fueron tratadas… El relato es lo que yo viví en primera persona, las historias paralelas que en torno al tesorillo se desarrollaron y lo que hubo detrás, que a buen seguro fue mucho, lo desconozco y tampoco me importa. Lo único que quiero resaltar es que yo, al menos esa fue mi intención en todo momento, siempre actué de buena fe, tratando de dar a conocer un hallazgo arqueológico de relevancia y que implicaba a mi pueblecillo de Pedreña y sin perjudicar a nadie… aunque al final uno de los más afectados fui yo.
La historia comienza así. Hacia el año 1991, los chavales del pueblo de Pedreña nos reuníamos habitualmente, para divertirnos e interactuar socialmente que dirían los antropólogos culturales, en el local de un pequeño comercio regentado por un muchacho de origen iraquí, casado con una natural de Pedreña, Yosef. Un día de invierno, uno de aquellos chicos, Ezequiel Guevara Roqueñí (“Quiqui”), estaba conmigo en la tienda de Yosef hablando de cosas varias, que se yo… fútbol, baloncesto, remo, la chica de un barrio vecino…. De repente la conversación tomó tintes jocosos cuando Quiqui evocaba las peleas de los chavales del barrio de La Portilla (de donde era él) con los vecinos del Barrio Venecia. Comentaba como un día se desató una auténtica guerra campal con los “estiragomas” en la mies de San Pedro. Yosef le preguntó: “¿pero dónde?” Y Quiqui respondió: “sí dónde un día mi hermano Luis encontró, cuando estaban haciendo las obras del cementerio, aquellas monedas”. Por aquel entonces yo estudiaba lo que era el Curso de Orientación Universitaria (COU) y aún no tenía muy claro a qué me iba a dedicar, aunque la Historia, sobre todo la Prehistoria y la Arqueología, me gustaban condenadamente. Cuándo dijo lo de las monedas, tampoco me alarmé en exceso, lo que si llamó mi atención es la forma en la que lo dijo y además que hacía referencia a una ladera junto al cementerio de la localidad, en el que antaño yo sabía, porque me lo había contado mi abuelo, estuvo la antigua iglesia del pueblo que se levantó sobre las ruinas de otros templos más añejos. Entonces, azuzado ya por la curiosidad, le pregunté: “Quiqui ¿qué monedas son esas?” Me contó que una vez, jugando en esa zona, algunos amigos del barrio, en la época de la remodelación del acceso al camposanto, hacia 1983, entre “cachos de tumbas y huesos”, Luis, su hermano encontró un pequeño saquito de cuero que contenía lo que él denominó una “barra metálica” compacta. El saquito se desintegró al tacto, y la “barra metálica” a Luis le pareció algo sin importancia. Gracias a Dios que andaba Quiqui por allí pues su característica agudeza mental hizo que se percatara de que aquello era algo más que un cacho de metal informe. Como él dijo: “se lo requisé a mi hermano”. Me comentó que se lo llevó a casa y lo fue limpiando, con un limpiametales cualquiera, separando las monedas con mucho cuidado y paciencia. Ciertamente el trabajo que hizo Quiqui fue excelente y aún hoy día dudo de que muchos profesionales de la Restauración arqueológica lograran hacer un trabajo semejante. Las monedas, como pueden contemplarse actualmente en el MUPAC, están perfectamente limpias y en un estado más que óptimo. Seguidamente le pregunté por los huesos y las lajas de piedra a las que hizo mención, pero me comentó que aquellos restos óseos y “trozos de tumbas” se las llevó el párroco de aquel entonces, el ya fallecido Don Ricardo, y nada más se volvió a saber de ello; a Don Ricardo le pregunté posteriormente sobre el particular, pero eludió darme explicaciones.
A partir de ahí, mis ojos estaban ya como platos y necesitaba ver aquellas monedas, así que le pregunté si me las podía dejar ver y me dijo que me las enseñaría. Me contó que en un inicio había más de 80, pero algunas se las regaló a los amigos que estaban con su hermano cuando las encontraron y parte de aquel tesorillo se fragmentó hasta quedar las 72 monedas que se conocen hoy día.
Algunos días después Quiqui y yo volvimos a coincidir donde Yosef. Mientras charlábamos, sacó del bolsillo un tubito de esos que contenían los rollos de una cámara fotográfica, y dentro, cubierto con algodones y envueltas en papel higiénico, me enseño un pequeño lote de diez monedas que me dejaron alucinando como le pasaba a Carlos Castaneda tras reunirse con Juan Matus. Las pequeñas monedas eran una maravilla, me parecieron inicialmente de plata (después supe que eran de vellón), muy finitas y a la vista se veía perfectamente que eran algo valioso y realmente antiguo. Hasta ese momento jamás había tenido en mis manos material arqueológico y entendí que aquello debería ser dado a conocer por su belleza estética, pero también, a buen seguro, por su importancia histórica y así se lo hice saber a Quiqui. Él sabía que aquello era valioso e importante, pero no hasta qué punto.
Me comentó incluso que gente de la Consejería le había hablado de la posibilidad de donarlas al museo, pero como sentía apego hacia ellas, le daba pena desprenderse del tesorillo. Después de estar un rato maravillándome con aquel conjunto monetario, me fui para casa, ya era tarde. Al día siguiente en clase yo seguía recordándome de las monedas de Quiqui. En las clases de Historia Contemporánea me sentaba al lado de un chaval que había conocido el año anterior en tercero de BUP. Era un muchacho genial, no sólo por su carácter, sino también en el más literal sentido de la palabra, porque era un artista, un creador. Se hacía llamar Afro (actualmente Aphro) y dibujaba comics y collages como hasta entonces no había conocido a nadie. Se llama Sergio Sainz Vidal. Lo de que era un tipo creativo lo llevó hacia adelante. Hace unos años, en 2006, supe que había ganado el premio de la Academia de las Artes y las Ciencias al mejor videoclip del año por Let me out del grupo musical Dover y el segundo premio en el mismo año de la misma academia por el videoclip Con la mano levantá de Macaco, y aún sigue dedicándose a ese tipo de trabajo. Pues bien, estando en clase le comenté la existencia de las monedas de Quiqui y me dijo que era muy interesante y que quizás se las podría dejar a su hermano que era arqueólogo. “¿Tu hermano es arqueólogo?”, pregunté flipando y me contestó: “sí, claro en mi casa hay libros por todos los sitios de las culturas griegas y latinas clásicas, del antiguo Egipto y todo eso”, me comentó. “Quizás a mi hermano le interesen y te pueda decir de qué época son”. Yo me quede bastante “flasheado”, me interesaba que algún profesional pudiera verlas y decirme de qué periodo histórico eran y, además, quizás podríamos convencer a Quiqui de que las entregara al entonces Museo Regional de Prehistoria de Santander. Quedé con Sergio en hablar con Quiqui y decirle qué opinaba. Por cierto, “¿cómo se llama tu hermano?”, “Se llama Esteban” me contestó “y es el director de la Escuela-Taller de Santander”. Según me he enterado últimamente sigue ocupando el cargo.
Días después coincidí con Quiqui en la tienda de Yosef de nuevo y le comenté la conversación que había mantenido con Sergio. En un primer momento no se mostró muy convencido de dejárme las monedas, pero al final accedió y quedamos en que me pasaría un lote de 10 monedas para que el hermano de Sergio les echara un ojo. La emoción que sentía iba in crescendo. Un par de días después volví aquedar con él y me dejó el lote convenido, bien envuelto en papel higiénico y cubierto con algodón en aquel tubito de rollo fotográfico. Se las dejé a Sergio, dándole un plazo de devolución que me había marcado Quiqui, y quedamos en ver lo que le decía el hermano. Al día siguiente, en clase, Sergio me comentó, sonriéndose, que aquellas monedas habían sorprendido gratamente a su hermano. Eran parte de un tesorillo, según me dijo, y de época medieval, aunque sin precisarme las fechas exactas, algo que hizo posteriormente, detallándome que eran de los siglos XI y XII y que implicaban, al menos, a dos reyes muy importantes de la época (los trabajos posteriores que concluyeron con la publicación de el estudio del tesorillo dejan claro que los monarcas aludidos eran Alfonso VI de Castilla y León -reinó entre 1073 y 1109-, que había sido el conquistador de Toledo en el año 1085, de Sancho Ramírez de Aragón -rey entre 1063 y 1094- y a Pedro I de Aragón, hijo de este último que reinó entre 1094 y 1104). Las noticias eran excelentes, así que quedé con el hermano de Sergio en que le iría trayendo poco a poco todas las monedas para que él hiciera un estudio, las diera a conocer y consiguiera que acabaran en el museo. Me dijo que le comentara a Quiqui que eran muy interesantes y que, si las entregaba al museo, le darían un justiprecio a cambio. Mientras tanto, según me comentó el mismo, Sergio las fue dibujando (aunque la autoría de los dibujos en el artículo se la atribuya Esteban) para tenerlas todas registradas y clasificadas. Quiqui y yo cumplimos nuestra parte del trato…. pero Esteban no.
Pasó el tiempo. Al año siguiente yo me matriculé en el extinto plan de Geografía e Historia de la Universidad de Cantabria. Cursé los dos primeros años, pero determinados problemas personales, hicieron que en el curso de 1993-1994 me cambiara de plan de estudios e iniciara la entonces novísima Licenciatura en Historia. En aquel momento, más liberado mentalmente comencé a interesarme por determinados ámbitos arqueológicos entre los que, como ya comenté anteriormente, se encontraba la arqueología prehistórica. Sin embargo, seguía recordándome del tesorillo de Pedreña, sobre todo porque no había vuelto a saber nada de él, además ya había perdido contacto con Sergio y no supe cómo encontrar al hermano. Alguna vez me había encontrado con Quiqui y me había preguntado sobre el particular, pero solo pude darle la callada por respuesta. Al mismo tiempo me comentaba Quiqui del interés de ciertos sectores de la Consejería por el tesorillo, aunque Quiqui seguía temiendo perder las monedas, por lo que no se avanzaba sobre el tema.
Había estado siguiendo regularmente la prensa por si se publicaba algo al respecto, pero no había salido nada y en las búsquedas bibliográficas que hice en la biblioteca de la facultad tampoco obtuve ningún resultado. No podía ser que aquella colección numismática pasara sin pena ni gloria, y que no fuera dada a conocer, ni puesta a disposición del disfrute público. Por ello me puse en movimiento. Lo primero que hice fue dirigirme al museo de Prehistoria y allí nadie supo darme una opción satisfactoria pero me remitieron a un catedrático de Historia Antigua de la facultad que apenas si mostró interés alguno por el conjunto numismático, emplazándome a darle a conocer otro tipo de hallazgos más interesantes para él. Bastante decepcionado, decidí ponerme en contacto con otro profesor de la facultad quién, igualmente, no prestó ni mucho, ni poco, ni ningún interés por el tema. Yo no daba crédito, era imposible que aquello careciera de importancia.
Es lamentable el hecho de que profesionales de la Arqueología no se interesen por un hallazgo arqueológico. Es como si a mí, que estoy más centrado en la arqueología paleolítica y la evolución humana me enseñasen, por ejemplo, una reja de arado romana o un pilum catapultarium, o un hacha de talón y anillas, y no supiera reconocer su valor, ni le atribuyera la importancia que merece, simplemente porque me dedico a otra cosa.
El hecho es que me di cuenta de que estaba acudiendo a las personas equivocadas. Durante mis revisiones de prensa en búsqueda de noticias sobre el esperado estudio del tesorillo por Esteban Sainz Vidal, había visto varias noticias relacionadas con un arqueólogo regional, especialista esencialmente en la Edad Media, Ramón Bohigas Roldan, catedrático del IES Valle del Saja en Cabezón de la Sal. Leí algunas publicaciones en relación con sus trabajos en diversos yacimientos. Así, recuerdo las referencias a la excavación de urgencia del Covacho de Arenillas en Islares, Castro Urdiales, en 1992, la excavación de urgencia de la necrópolis de San Pedro de Escobedo en Camargo en 1992 o diversos trabajos de prospección y limpieza como los llevados a cabo en el Monte Mazo en Ramales en 1993 y pensé que podría ser una excelente opción. En el Mes de Mayo de 1994 me enteré de que, en el Centro Cultural La Vidriera de Camargo, iba a tener lugar la presentación del número II de la serie Trabajos de Arqueología en Cantabria, editada por el propio R. Bohigas. Era mi oportunidad de hablar con él.
Así lo hice,a la salida de la presentación le comenté la cuestión del tesorillo y desde el primer momento se mostró muy interesado en el tema. Así, quedamos un día en mi casa, después de que Quiqui me volviera a dejar otro conjunto de monedas para que las pudiera ver. El día convenido llegó, acompañado de otro conocido arqueólogo regional, Pedro Rasines del Rio, y los dos se quedaron estupefactos al contemplar las monedas. Recuerdo que Ramón me dijo literalmente: “Vamos a hacer que ese catedrático se arrepienta de haberte dado largas”. Establecimos una pauta de trabajo y, poco a poco, en los ratos que podíamos quedar, fuimos clasificando y catalogando las monedas que Quiqui, amablemente y con gran disposición, se mostró dispuesto a dejarnos estudiar. Igualmente, de forma recurrente, le comentábamos la posibilidad de que las donara al museo, pero esta sugerencia no le acababa de convencer, pues tenía miedo a quedarse sin ellas y para él significaban algo especial. En cualquier caso, en el curso de los dos siguientes años prácticamente fuimos concluyendo con el trabajo, hasta un punto en el que tuvimos todo el material listo para publicarlo.
El día de Reyes de 1998, sonó el teléfono de casa. Era un día desapacible y hacía un frío del demonio. Mi madre atendió la llamada y me dijo que era para mí. Cuando cogí el auricular no daba crédito a lo que oía. Esteban Sainz Vidal, el arqueólogo que hacía años se había comprometido a estudiar el tesorillo daba señales de vida y ¡¡me emplazaba a abordar un trabajo conjunto sobre el tema!! Yo le comenté que, dado que no había vuelto a saber nada de él, me había puesto en contacto con otras personas y teníamos un trabajo a punto de publicarse. En cualquier caso, me insistió y me hizo quedar con él en la cafetería Los Girasoles, que estaba al lado de la plaza de la Esperanza, para “hablar de ello y ver cómo había quedado la cosa” me dijo. Un poco a regañadientes accedí, más por el frío que hacía que por otra cosa, pero al final, como digo, acabé acudiendo a la cita con cierto mosqueo porque no me quedaba claro tan repentino interés. Llegué al bar citado hacia mediodía, y allí estaba Esteban esperándome. Nos saludamos cordialmente y comenzamos a hablar, me dijo que estaba esperando a un amigo que estaba interesado en el tema. Al rato llegó este colega suyo. Lo recuerdo como un tipo excepcionalmente alto, muy elegante, con un abrigo tres cuartos de color marrón claro, parecido a un guardapolvo de cowboy, ojos rasgados tras unas gafas de marca y una barbita muy bien perfilada, como las que se llevan hoy día de moda. El conjunto hizo que el sujeto me recordara a Lee Van Cleef en algún spaghetti western. Me empezaron a preguntar, sospechosamente, por toda la historia y las circunstancias que rodearon el hallazgo de Quiqui. Yo me sorprendí, pues Esteban era conocedor de primera mano de la cuestión, ya que él había estado implicado en el primer contacto con el tesorillo, pero aún así les relaté todo lo que había ocurrido. Cuando finalicé, el tipo del tres cuartos, clavó aquella mirada inolvidable en mi y, tras identificarse, me espetó: “Soy el agente XXXX (no recuerdo ni el nombre), de Patrimonio, supongo que no tendrás ningún inconveniente en acompañarnos a la comisaria y repetir todo esto que nos has contado ¿verdad?, tranquilo vemos que habéis actuado de buena fe y no va a ocurrir nada”. La sangre se me heló en las venas, más por el sentimiento de puñalada trapera que vi me había dado Esteban, que por el resto, me quedé en blanco y yo creo que hasta sufrí una bajada de tensión. Después de ordenar rápidamente las ideas en mi cabeza, decidí acompañarles (hoy se que podría haberme negado pues no se me acusaba de nada).
La salida de Los Girasoles fue aún más bizarra si cabe y es que lo que vi (aún cuándo lo recuerdo me parece surrealista e inverosímil y casi se me aflojan las vísceras igual que en aquel momento) fue aún más impactante. Afuera, aparcados en doble fila, esperando, se encontraban dos coches oficiales (ni idea de la marca, el mundo automovilístico nunca fue mi fuerte), con lunas tintadas, línea diplomática y todo esa parafernalia. Del coche que estaba en segunda línea se abrió la puerta trasera y emergió una figura de la que jamás en mi vida habría pensado que podría estar implicado (entonces yo era muy tordo y no las veía venir ni a kilómetros de distancia). Era un profesor de la facultad que impartía clases de informática e Historia Contemporánea y del que yo tenía una opinión bastante positiva; siempre le acompañaba una imagen muy progre, algo alejada del encorsetamiento estético de sus colegas académicos y, cuando te encontrabas por los pasillos de la facultad con él, se mostraba generalmente muy amable, comunicativo y hasta paternal, de muy buen rollo siempre. Pero es bien cierto ese dicho que apunta que las apariencias engañan. El profesor en cuestión era Miguel Ángel Sánchez Gómez que, además, en aquel entonces, ostentaba un cargo importante en la Consejería de Cultura del gobierno regional en la que, según me comentaron, se había marcado como objetivo personal no dar tregua al furtivismo patrimonial. Fueron varias las acciones que acompañaron a la búsqueda del tesorillo y en la que más que nada se hizo política de tierra quemada; lo cortés no quita lo valiente y si hay que reconocerle el haber impulsado y coordinado el equipo que elaboró la Ley de Patrimonio Cultural de Cantabria en 1998. La intención de querer proteger, conservar y dar a conocer el patrimonio es una actitud que me parece loable y obligada para cualquier mandatario o persona relacionada con la cultura y el patrimonio histórico, artístico y arqueológico, pero existen formas muy variadas de proceder con los objetivos marcados. No se puede entrar como un elefante en una cacharrería arrasando con todo, simplemente porque algún alcahuete correveidile te ha dado cierta información que, además, es falsa e interesada.
Pues bien, la imagen progre que digo siempre llevaba, ahora había cambiado: elegantemente vestido y con un abrigo largo azul marino, de esos que valen un pastizal, me regaló una sonrisa estereotipada y, como si no pasara nada, palmadita en la espalda, qué tal y “hala vamos para La Albericia”. Me subí a mi coche, un Seat Ibiza GLX 1200, con Esteban Sainz Vidal, quien me iba hablando de no sé qué, porque yo estaba como para mantener conversaciones. Lo que sí recuerdo es que me dijo que él era partidario del método arqueológico de Andrea Carandini, en fin, surrealista total. El tránsito hasta La Albericia se me hizo eterno, parecía no acabar nunca y, mientras tanto, el discurso de Esteban me entraba por un oído y me salía por otro porque yo sólo pensaba en Quiqui y en la que le podía caer.
Llegados a la comisaría de La Albericia, me acompañaron dos agentes a una habitación del segundo piso. La imagen era un cuadro costumbrista sacado de una película de serie B de una época de cuyo dirigente político no quiero acordarme. La habitación era austera y espartana. En la pared solo había un cuadro, mal enmarcado, de un billete de 200 pesetas que quizás podría estar ahí como ejemplo de un billete falsificado, pero no lo sé. Como único mobiliario, una mesa de escritorio, de esas de oficina, y dos sillas y la que me tocó a mí estaba coja; sobre la mesa una máquina de escribir cuya marca no recuerdo, pero si me fijé en que le faltaban varias teclas de la letra a alguno de los pulsadores. Surrealista hasta extremos máximos. Yo estaba hipernervioso, temblaba como las hojas, máxime cuando entraron dos tipos más bien normalillos, pero con mucho cachondeo. Hablaban entre ellos de las posibilidades de localizar a Quiqui a la hora de comer en casa y uno de ellos le apostó al otro una caña y un pincho de tortilla a que si lo pillaban sobre esa hora. Mientras tanto, me dijeron que contara toda la historia y, por segunda vez aquel día, lo hice. Mientras estaba relatando, uno de ellos se me acercó con una fotografía de Quiqui y me preguntó: “¿Es éste Ezequiel?”. Yo respondí afirmativamente y después de las preguntas llegó Miguel Ángel Sánchez y, esgrimiendo la misma sonrisa de Los Girasoles, me dijo: “Gracias, no te preocupes, que no va a pasar nada, simplemente queremos recuperar las monedas”. ¿Recuperar?, pensé yo. En fin. Ahora, lo que ya me dejó totalmente fuera de juego y me asustó mucho, fue que el “colega” agente de Esteban entró en la sala, esta vez sin el tres cuartos, se me acercó, me colocó su mano en el hombro derecho y, apretando levemente, me miró directamente a los ojos y me dijo: “Has ayudado mucho, pero ahora te voy a pedir algo…” apretando un poco más el hombro, hasta que sentí dolor, me ordenó: “No hables con él”.
Después de despedirme e ir pensando en la puñalada trapera que me habían dado, y cómo y de qué manera me la habían jugado, sin comérmelo ni bebérmelo, cuando desde un principio yo había ido de cara, había conseguido que Quiqui prestara las monedas para estudiarlas y cómo habían pasado 7 años sin que la persona a la que se las dejé inicialmente hiciera nada al respecto y ahora, que se debían haber enterado que teníamos un trabajo terminado, volvían a interesarse y de qué manera…. En fin, sentía muchísima impotencia y muchos sentimientos contrariados. Dios mío, cómo funcionamos. Así nos va.
Salí de la Comisaría y me subí en el coche a toda velocidad, buscando una cabina telefónica y no veía ni una por ningún lado, así que recordé que había un terminal en la facultad de Medicina que quedaba cerca. Fui hacia allí y llamé a Quiqui y le conté lo que había pasado. Me tranquilizó que Quiqui no se asustó en demasía y hasta se mostró calmado. Por eso, después de contarle, lo sucedido me fui para casa con más calma.
Estando en casa, conté lo sucedido y encima me gané una buena bronca “por meterme donde no me llamaban”. Por la tarde bajé a la tienda de Yosef, serían como las 6 o así y Yosef me comentó que habían detenido a Quiqui, me dijo que había habido un despliegue policial tremendo, que habían ido a su casa donde no estaba por lo que fueron al Club de Remo de Pedreña (donde era remero Quiqui) y allí le habían detenido como si fuera un criminal cualquiera, le habían llevado al cuartel de la Guardia Civil y desde allí, creo recordar a Santander. Yo me asusté un montón y me preocupé muchísimo.
Días después me encontré con él y me comentó lo ocurrido que grosso modo coincidía con lo que me había relatado Yosef. Me dijo que le habían quitado las monedas y que las enviaron a Madrid, al Museo Arqueológico Nacional.
Sin embargo, las cosas cambiaron en fechas posteriores. Quiqui me comentó que en el club de remo se había hecho amigo de una persona que, a su vez, era amigo de otra con grandísima influencia en la Comunidad de Cantabria y que le había ofrecido sus servicios jurídicos para recuperar el tesorillo. Cosa que finalmente consiguió. El tesorillo se había hallado a comienzos de la década de 1980, cuando aún no existía la actual Ley de Patrimonio. En la antigua legislación, la única obligación que se le requería a la persona responsable del hallazgo era prestar el mismo para su estudio y documentación, y esa parte Quiqui la había cumplido con creces, por lo que no hubo más remedio que devolverle el conjunto de monedas. Estas, tras su paso por el Arqueológico Nacional, se habían visto afectadas según me comentó el propio Quiqui, es más en el trato e investigación de las mismas se había roto una de las monedas. En fin.
Finalmente, y a Dios gracias, las monedas acabaron en el museo, pero como se debería haber hecho desde el principio, estableciendo un acuerdo formal entre el poseedor del conjunto y la institución responsable y, felizmente, ahí siguen, formando parte de la excelente exposición permanente del nuevo MUPAC inaugurado recientemente. El estudio de las mismas se publicó en la serie editada por Ramón Bohigas, Trabajos de Arqueología en Cantabria, en el volumen IV… y aún sigo preguntándome por qué lo firmó Esteban Sainz. Cada cual que saque sus conclusiones. Posteriormente fueron declaradas Bien de Interés Cultural.
El Tesorillo de Ambojo fue un hallazgo arqueológico de primera magnitud, pero casual y totalmente inocente. Se ha convertido en el descubrimiento altomedieval relacionado con el ámbito numismático más relevante documentado hasta la fecha en la Comunidad de Cantabria. La importancia no sólo viene determinada por la calidad de las piezas que constituyen el tesorillo, sino también por su número, pues no se conocía hasta el momento una cantidad de monedas del periodo semejante y, como se hacía referencia en el artículo de Rasines et al. (1998: 210), “merece, sin duda de ninguna clase, llegar a ocupar un lugar relevante en el Patrimonio Histórico de la Comunidad Autónoma”.
En el tesorillo de Ambojo, como mencioné anteriormente, se ven implicados varios monarcas, cada uno con un número diferente de monedas. Por un lado, Alfonso VI de Castilla y León se ve representado casi un 30% y, por otro, dos reyes aragoneses. Sancho V Ramírez con casi el 67% de las piezas y Pedro I, que apenas llega al 2%. La mayor presencia en el conjunto de moneda aragonesa ha recibido varias propuestas interpretativas (Rasines et al., 1998: 212) entre las que cabe reseñar las comerciales y las políticas.
El tesorillo parece corresponder a una ocultación intencionada, con el objetivo de recuperarlo posteriormente y que no pudo llevarse a cabo, en tiempos convulsos con enfrentamientos entre los diferentes monarcas del momento. El ocultamiento cronológicamente es difícil de precisar, pero es probable que no sea muy posterior a la propia fecha de las monedas. La acuñación de las monedas de Alfonso VI, como mínimo, es posterior a la conquista de Toledo en 1085 tal y cómo se aprecia en el anverso de las acuñaciones con la leyenda TOLETUO. Las acuñaciones de Sancho Ramírez puede que sean de momentos avanzados de su reinado y las monedas de Pedro I nos ofrecen una fechas a partir de la cual establecer el momento de ocultación. Puede pensarse, como queda recogido en Rasines et al. (1998: 202), que la ocultación del tesorillo podría haber sucedido en el convulso periodo del matrimonio de Alfonso I el Batallador y doña Urraca, a partir de 1112. El análisis numismático del conjunto (Rasines et al., 1998: 202 y ss.) remite a la existencia de cuatro grupos básicos: dineros de vellón de Sancho V Ramírez de Aragón (diferenciados en dos subtipos), dineros de vellón de Alfonso VI de Castilla, tres óbolos sin leyenda y sin haberse podido clasificar hasta la fecha y el dinero de Pedro I de Aragón que sigue el modelo de su padre.
El Tesorillo de Ambojo permite saber de la existencia de la aldea de Ambojo en fechas algo más antiguas de las que se tiene documentación, que es de 1116, cuando Pedro Rodríguez dona heredades en Ambojo y otros lugares de Cudeyo a la catedral de Burgos (Serrano, 1936 citado por García Guinea, 1979). Este núcleo de población se ubicaba en la demarcación territorial de Cudeyo, siendo el denominado Cutellium Castrum (Pico del Castillo en Solares) el centro político administrativo (Bohigas, 1986). Del mismo modo, esta zona constituía grosso modo el límite territorial entre Trasmiera y las Asturias de Santillana, frontera que observó cambios periódicos, en función de los diferentes eventos políticos acaecidos en la época (Rasines et al, 1998: 173-174).
BIBLIOGRAFÍA
☻RASINES DEL RIO, P.; BOHIGAS ROLDÁN, R.; GÓMEZ CASTANEDO, A.; SAINZ VIDAL, E. (1998), “El hallazgo monetario medieval de Ambojo (Pedreña, Marina de Cudeyo, Cantabria)”, en BOHIGAS ROLDÁN, R. (ed.), Trabajos de Arqueología en Cantabria, IV, Santander: 169-214.
☻BOHIGAS ROLDÁN, R. (1986), Los yacimientos arqueológicos medievales del sector central de la cordillera cantábrica, T. I, Monografías Arqueológicas, 1, A.C.D.P.S., Santander.
☻GARCÍA GUINEA, M. A. (1979), El Románico en Santander, Librería Estvdio, Santander.
La historia comienza así. Hacia el año 1991, los chavales del pueblo de Pedreña nos reuníamos habitualmente, para divertirnos e interactuar socialmente que dirían los antropólogos culturales, en el local de un pequeño comercio regentado por un muchacho de origen iraquí, casado con una natural de Pedreña, Yosef. Un día de invierno, uno de aquellos chicos, Ezequiel Guevara Roqueñí (“Quiqui”), estaba conmigo en la tienda de Yosef hablando de cosas varias, que se yo… fútbol, baloncesto, remo, la chica de un barrio vecino…. De repente la conversación tomó tintes jocosos cuando Quiqui evocaba las peleas de los chavales del barrio de La Portilla (de donde era él) con los vecinos del Barrio Venecia. Comentaba como un día se desató una auténtica guerra campal con los “estiragomas” en la mies de San Pedro. Yosef le preguntó: “¿pero dónde?” Y Quiqui respondió: “sí dónde un día mi hermano Luis encontró, cuando estaban haciendo las obras del cementerio, aquellas monedas”. Por aquel entonces yo estudiaba lo que era el Curso de Orientación Universitaria (COU) y aún no tenía muy claro a qué me iba a dedicar, aunque la Historia, sobre todo la Prehistoria y la Arqueología, me gustaban condenadamente. Cuándo dijo lo de las monedas, tampoco me alarmé en exceso, lo que si llamó mi atención es la forma en la que lo dijo y además que hacía referencia a una ladera junto al cementerio de la localidad, en el que antaño yo sabía, porque me lo había contado mi abuelo, estuvo la antigua iglesia del pueblo que se levantó sobre las ruinas de otros templos más añejos. Entonces, azuzado ya por la curiosidad, le pregunté: “Quiqui ¿qué monedas son esas?” Me contó que una vez, jugando en esa zona, algunos amigos del barrio, en la época de la remodelación del acceso al camposanto, hacia 1983, entre “cachos de tumbas y huesos”, Luis, su hermano encontró un pequeño saquito de cuero que contenía lo que él denominó una “barra metálica” compacta. El saquito se desintegró al tacto, y la “barra metálica” a Luis le pareció algo sin importancia. Gracias a Dios que andaba Quiqui por allí pues su característica agudeza mental hizo que se percatara de que aquello era algo más que un cacho de metal informe. Como él dijo: “se lo requisé a mi hermano”. Me comentó que se lo llevó a casa y lo fue limpiando, con un limpiametales cualquiera, separando las monedas con mucho cuidado y paciencia. Ciertamente el trabajo que hizo Quiqui fue excelente y aún hoy día dudo de que muchos profesionales de la Restauración arqueológica lograran hacer un trabajo semejante. Las monedas, como pueden contemplarse actualmente en el MUPAC, están perfectamente limpias y en un estado más que óptimo. Seguidamente le pregunté por los huesos y las lajas de piedra a las que hizo mención, pero me comentó que aquellos restos óseos y “trozos de tumbas” se las llevó el párroco de aquel entonces, el ya fallecido Don Ricardo, y nada más se volvió a saber de ello; a Don Ricardo le pregunté posteriormente sobre el particular, pero eludió darme explicaciones.
Monedas del Tesorillo de Ambojo, actualmente expuesto en el MUPAC (Foto: EGC) |
Algunos días después Quiqui y yo volvimos a coincidir donde Yosef. Mientras charlábamos, sacó del bolsillo un tubito de esos que contenían los rollos de una cámara fotográfica, y dentro, cubierto con algodones y envueltas en papel higiénico, me enseño un pequeño lote de diez monedas que me dejaron alucinando como le pasaba a Carlos Castaneda tras reunirse con Juan Matus. Las pequeñas monedas eran una maravilla, me parecieron inicialmente de plata (después supe que eran de vellón), muy finitas y a la vista se veía perfectamente que eran algo valioso y realmente antiguo. Hasta ese momento jamás había tenido en mis manos material arqueológico y entendí que aquello debería ser dado a conocer por su belleza estética, pero también, a buen seguro, por su importancia histórica y así se lo hice saber a Quiqui. Él sabía que aquello era valioso e importante, pero no hasta qué punto.
Me comentó incluso que gente de la Consejería le había hablado de la posibilidad de donarlas al museo, pero como sentía apego hacia ellas, le daba pena desprenderse del tesorillo. Después de estar un rato maravillándome con aquel conjunto monetario, me fui para casa, ya era tarde. Al día siguiente en clase yo seguía recordándome de las monedas de Quiqui. En las clases de Historia Contemporánea me sentaba al lado de un chaval que había conocido el año anterior en tercero de BUP. Era un muchacho genial, no sólo por su carácter, sino también en el más literal sentido de la palabra, porque era un artista, un creador. Se hacía llamar Afro (actualmente Aphro) y dibujaba comics y collages como hasta entonces no había conocido a nadie. Se llama Sergio Sainz Vidal. Lo de que era un tipo creativo lo llevó hacia adelante. Hace unos años, en 2006, supe que había ganado el premio de la Academia de las Artes y las Ciencias al mejor videoclip del año por Let me out del grupo musical Dover y el segundo premio en el mismo año de la misma academia por el videoclip Con la mano levantá de Macaco, y aún sigue dedicándose a ese tipo de trabajo. Pues bien, estando en clase le comenté la existencia de las monedas de Quiqui y me dijo que era muy interesante y que quizás se las podría dejar a su hermano que era arqueólogo. “¿Tu hermano es arqueólogo?”, pregunté flipando y me contestó: “sí, claro en mi casa hay libros por todos los sitios de las culturas griegas y latinas clásicas, del antiguo Egipto y todo eso”, me comentó. “Quizás a mi hermano le interesen y te pueda decir de qué época son”. Yo me quede bastante “flasheado”, me interesaba que algún profesional pudiera verlas y decirme de qué periodo histórico eran y, además, quizás podríamos convencer a Quiqui de que las entregara al entonces Museo Regional de Prehistoria de Santander. Quedé con Sergio en hablar con Quiqui y decirle qué opinaba. Por cierto, “¿cómo se llama tu hermano?”, “Se llama Esteban” me contestó “y es el director de la Escuela-Taller de Santander”. Según me he enterado últimamente sigue ocupando el cargo.
El autor del texto junto al Tesorillo de Ambojo en el MUPAC (Foto: EGC) |
Monedas de Sancho Ramírez, Alfonso VI, Pedro I y los tres óbolos. (Foto: EGC) |
Había estado siguiendo regularmente la prensa por si se publicaba algo al respecto, pero no había salido nada y en las búsquedas bibliográficas que hice en la biblioteca de la facultad tampoco obtuve ningún resultado. No podía ser que aquella colección numismática pasara sin pena ni gloria, y que no fuera dada a conocer, ni puesta a disposición del disfrute público. Por ello me puse en movimiento. Lo primero que hice fue dirigirme al museo de Prehistoria y allí nadie supo darme una opción satisfactoria pero me remitieron a un catedrático de Historia Antigua de la facultad que apenas si mostró interés alguno por el conjunto numismático, emplazándome a darle a conocer otro tipo de hallazgos más interesantes para él. Bastante decepcionado, decidí ponerme en contacto con otro profesor de la facultad quién, igualmente, no prestó ni mucho, ni poco, ni ningún interés por el tema. Yo no daba crédito, era imposible que aquello careciera de importancia.
Es lamentable el hecho de que profesionales de la Arqueología no se interesen por un hallazgo arqueológico. Es como si a mí, que estoy más centrado en la arqueología paleolítica y la evolución humana me enseñasen, por ejemplo, una reja de arado romana o un pilum catapultarium, o un hacha de talón y anillas, y no supiera reconocer su valor, ni le atribuyera la importancia que merece, simplemente porque me dedico a otra cosa.
El hecho es que me di cuenta de que estaba acudiendo a las personas equivocadas. Durante mis revisiones de prensa en búsqueda de noticias sobre el esperado estudio del tesorillo por Esteban Sainz Vidal, había visto varias noticias relacionadas con un arqueólogo regional, especialista esencialmente en la Edad Media, Ramón Bohigas Roldan, catedrático del IES Valle del Saja en Cabezón de la Sal. Leí algunas publicaciones en relación con sus trabajos en diversos yacimientos. Así, recuerdo las referencias a la excavación de urgencia del Covacho de Arenillas en Islares, Castro Urdiales, en 1992, la excavación de urgencia de la necrópolis de San Pedro de Escobedo en Camargo en 1992 o diversos trabajos de prospección y limpieza como los llevados a cabo en el Monte Mazo en Ramales en 1993 y pensé que podría ser una excelente opción. En el Mes de Mayo de 1994 me enteré de que, en el Centro Cultural La Vidriera de Camargo, iba a tener lugar la presentación del número II de la serie Trabajos de Arqueología en Cantabria, editada por el propio R. Bohigas. Era mi oportunidad de hablar con él.
Así lo hice,a la salida de la presentación le comenté la cuestión del tesorillo y desde el primer momento se mostró muy interesado en el tema. Así, quedamos un día en mi casa, después de que Quiqui me volviera a dejar otro conjunto de monedas para que las pudiera ver. El día convenido llegó, acompañado de otro conocido arqueólogo regional, Pedro Rasines del Rio, y los dos se quedaron estupefactos al contemplar las monedas. Recuerdo que Ramón me dijo literalmente: “Vamos a hacer que ese catedrático se arrepienta de haberte dado largas”. Establecimos una pauta de trabajo y, poco a poco, en los ratos que podíamos quedar, fuimos clasificando y catalogando las monedas que Quiqui, amablemente y con gran disposición, se mostró dispuesto a dejarnos estudiar. Igualmente, de forma recurrente, le comentábamos la posibilidad de que las donara al museo, pero esta sugerencia no le acababa de convencer, pues tenía miedo a quedarse sin ellas y para él significaban algo especial. En cualquier caso, en el curso de los dos siguientes años prácticamente fuimos concluyendo con el trabajo, hasta un punto en el que tuvimos todo el material listo para publicarlo.
Vista de conjunto de las monedas de Alfonso VI (Foto: EGC) |
La salida de Los Girasoles fue aún más bizarra si cabe y es que lo que vi (aún cuándo lo recuerdo me parece surrealista e inverosímil y casi se me aflojan las vísceras igual que en aquel momento) fue aún más impactante. Afuera, aparcados en doble fila, esperando, se encontraban dos coches oficiales (ni idea de la marca, el mundo automovilístico nunca fue mi fuerte), con lunas tintadas, línea diplomática y todo esa parafernalia. Del coche que estaba en segunda línea se abrió la puerta trasera y emergió una figura de la que jamás en mi vida habría pensado que podría estar implicado (entonces yo era muy tordo y no las veía venir ni a kilómetros de distancia). Era un profesor de la facultad que impartía clases de informática e Historia Contemporánea y del que yo tenía una opinión bastante positiva; siempre le acompañaba una imagen muy progre, algo alejada del encorsetamiento estético de sus colegas académicos y, cuando te encontrabas por los pasillos de la facultad con él, se mostraba generalmente muy amable, comunicativo y hasta paternal, de muy buen rollo siempre. Pero es bien cierto ese dicho que apunta que las apariencias engañan. El profesor en cuestión era Miguel Ángel Sánchez Gómez que, además, en aquel entonces, ostentaba un cargo importante en la Consejería de Cultura del gobierno regional en la que, según me comentaron, se había marcado como objetivo personal no dar tregua al furtivismo patrimonial. Fueron varias las acciones que acompañaron a la búsqueda del tesorillo y en la que más que nada se hizo política de tierra quemada; lo cortés no quita lo valiente y si hay que reconocerle el haber impulsado y coordinado el equipo que elaboró la Ley de Patrimonio Cultural de Cantabria en 1998. La intención de querer proteger, conservar y dar a conocer el patrimonio es una actitud que me parece loable y obligada para cualquier mandatario o persona relacionada con la cultura y el patrimonio histórico, artístico y arqueológico, pero existen formas muy variadas de proceder con los objetivos marcados. No se puede entrar como un elefante en una cacharrería arrasando con todo, simplemente porque algún alcahuete correveidile te ha dado cierta información que, además, es falsa e interesada.
Pues bien, la imagen progre que digo siempre llevaba, ahora había cambiado: elegantemente vestido y con un abrigo largo azul marino, de esos que valen un pastizal, me regaló una sonrisa estereotipada y, como si no pasara nada, palmadita en la espalda, qué tal y “hala vamos para La Albericia”. Me subí a mi coche, un Seat Ibiza GLX 1200, con Esteban Sainz Vidal, quien me iba hablando de no sé qué, porque yo estaba como para mantener conversaciones. Lo que sí recuerdo es que me dijo que él era partidario del método arqueológico de Andrea Carandini, en fin, surrealista total. El tránsito hasta La Albericia se me hizo eterno, parecía no acabar nunca y, mientras tanto, el discurso de Esteban me entraba por un oído y me salía por otro porque yo sólo pensaba en Quiqui y en la que le podía caer.
Llegados a la comisaría de La Albericia, me acompañaron dos agentes a una habitación del segundo piso. La imagen era un cuadro costumbrista sacado de una película de serie B de una época de cuyo dirigente político no quiero acordarme. La habitación era austera y espartana. En la pared solo había un cuadro, mal enmarcado, de un billete de 200 pesetas que quizás podría estar ahí como ejemplo de un billete falsificado, pero no lo sé. Como único mobiliario, una mesa de escritorio, de esas de oficina, y dos sillas y la que me tocó a mí estaba coja; sobre la mesa una máquina de escribir cuya marca no recuerdo, pero si me fijé en que le faltaban varias teclas de la letra a alguno de los pulsadores. Surrealista hasta extremos máximos. Yo estaba hipernervioso, temblaba como las hojas, máxime cuando entraron dos tipos más bien normalillos, pero con mucho cachondeo. Hablaban entre ellos de las posibilidades de localizar a Quiqui a la hora de comer en casa y uno de ellos le apostó al otro una caña y un pincho de tortilla a que si lo pillaban sobre esa hora. Mientras tanto, me dijeron que contara toda la historia y, por segunda vez aquel día, lo hice. Mientras estaba relatando, uno de ellos se me acercó con una fotografía de Quiqui y me preguntó: “¿Es éste Ezequiel?”. Yo respondí afirmativamente y después de las preguntas llegó Miguel Ángel Sánchez y, esgrimiendo la misma sonrisa de Los Girasoles, me dijo: “Gracias, no te preocupes, que no va a pasar nada, simplemente queremos recuperar las monedas”. ¿Recuperar?, pensé yo. En fin. Ahora, lo que ya me dejó totalmente fuera de juego y me asustó mucho, fue que el “colega” agente de Esteban entró en la sala, esta vez sin el tres cuartos, se me acercó, me colocó su mano en el hombro derecho y, apretando levemente, me miró directamente a los ojos y me dijo: “Has ayudado mucho, pero ahora te voy a pedir algo…” apretando un poco más el hombro, hasta que sentí dolor, me ordenó: “No hables con él”.
Después de despedirme e ir pensando en la puñalada trapera que me habían dado, y cómo y de qué manera me la habían jugado, sin comérmelo ni bebérmelo, cuando desde un principio yo había ido de cara, había conseguido que Quiqui prestara las monedas para estudiarlas y cómo habían pasado 7 años sin que la persona a la que se las dejé inicialmente hiciera nada al respecto y ahora, que se debían haber enterado que teníamos un trabajo terminado, volvían a interesarse y de qué manera…. En fin, sentía muchísima impotencia y muchos sentimientos contrariados. Dios mío, cómo funcionamos. Así nos va.
Salí de la Comisaría y me subí en el coche a toda velocidad, buscando una cabina telefónica y no veía ni una por ningún lado, así que recordé que había un terminal en la facultad de Medicina que quedaba cerca. Fui hacia allí y llamé a Quiqui y le conté lo que había pasado. Me tranquilizó que Quiqui no se asustó en demasía y hasta se mostró calmado. Por eso, después de contarle, lo sucedido me fui para casa con más calma.
Estando en casa, conté lo sucedido y encima me gané una buena bronca “por meterme donde no me llamaban”. Por la tarde bajé a la tienda de Yosef, serían como las 6 o así y Yosef me comentó que habían detenido a Quiqui, me dijo que había habido un despliegue policial tremendo, que habían ido a su casa donde no estaba por lo que fueron al Club de Remo de Pedreña (donde era remero Quiqui) y allí le habían detenido como si fuera un criminal cualquiera, le habían llevado al cuartel de la Guardia Civil y desde allí, creo recordar a Santander. Yo me asusté un montón y me preocupé muchísimo.
Días después me encontré con él y me comentó lo ocurrido que grosso modo coincidía con lo que me había relatado Yosef. Me dijo que le habían quitado las monedas y que las enviaron a Madrid, al Museo Arqueológico Nacional.
Sin embargo, las cosas cambiaron en fechas posteriores. Quiqui me comentó que en el club de remo se había hecho amigo de una persona que, a su vez, era amigo de otra con grandísima influencia en la Comunidad de Cantabria y que le había ofrecido sus servicios jurídicos para recuperar el tesorillo. Cosa que finalmente consiguió. El tesorillo se había hallado a comienzos de la década de 1980, cuando aún no existía la actual Ley de Patrimonio. En la antigua legislación, la única obligación que se le requería a la persona responsable del hallazgo era prestar el mismo para su estudio y documentación, y esa parte Quiqui la había cumplido con creces, por lo que no hubo más remedio que devolverle el conjunto de monedas. Estas, tras su paso por el Arqueológico Nacional, se habían visto afectadas según me comentó el propio Quiqui, es más en el trato e investigación de las mismas se había roto una de las monedas. En fin.
Finalmente, y a Dios gracias, las monedas acabaron en el museo, pero como se debería haber hecho desde el principio, estableciendo un acuerdo formal entre el poseedor del conjunto y la institución responsable y, felizmente, ahí siguen, formando parte de la excelente exposición permanente del nuevo MUPAC inaugurado recientemente. El estudio de las mismas se publicó en la serie editada por Ramón Bohigas, Trabajos de Arqueología en Cantabria, en el volumen IV… y aún sigo preguntándome por qué lo firmó Esteban Sainz. Cada cual que saque sus conclusiones. Posteriormente fueron declaradas Bien de Interés Cultural.
El Tesorillo de Ambojo fue un hallazgo arqueológico de primera magnitud, pero casual y totalmente inocente. Se ha convertido en el descubrimiento altomedieval relacionado con el ámbito numismático más relevante documentado hasta la fecha en la Comunidad de Cantabria. La importancia no sólo viene determinada por la calidad de las piezas que constituyen el tesorillo, sino también por su número, pues no se conocía hasta el momento una cantidad de monedas del periodo semejante y, como se hacía referencia en el artículo de Rasines et al. (1998: 210), “merece, sin duda de ninguna clase, llegar a ocupar un lugar relevante en el Patrimonio Histórico de la Comunidad Autónoma”.
En el tesorillo de Ambojo, como mencioné anteriormente, se ven implicados varios monarcas, cada uno con un número diferente de monedas. Por un lado, Alfonso VI de Castilla y León se ve representado casi un 30% y, por otro, dos reyes aragoneses. Sancho V Ramírez con casi el 67% de las piezas y Pedro I, que apenas llega al 2%. La mayor presencia en el conjunto de moneda aragonesa ha recibido varias propuestas interpretativas (Rasines et al., 1998: 212) entre las que cabe reseñar las comerciales y las políticas.
Acuñaciones del reino de Aragón en el Tesorillo de Ambojo (Rasines et al., 1998) |
El Tesorillo de Ambojo permite saber de la existencia de la aldea de Ambojo en fechas algo más antiguas de las que se tiene documentación, que es de 1116, cuando Pedro Rodríguez dona heredades en Ambojo y otros lugares de Cudeyo a la catedral de Burgos (Serrano, 1936 citado por García Guinea, 1979). Este núcleo de población se ubicaba en la demarcación territorial de Cudeyo, siendo el denominado Cutellium Castrum (Pico del Castillo en Solares) el centro político administrativo (Bohigas, 1986). Del mismo modo, esta zona constituía grosso modo el límite territorial entre Trasmiera y las Asturias de Santillana, frontera que observó cambios periódicos, en función de los diferentes eventos políticos acaecidos en la época (Rasines et al, 1998: 173-174).
BIBLIOGRAFÍA
☻RASINES DEL RIO, P.; BOHIGAS ROLDÁN, R.; GÓMEZ CASTANEDO, A.; SAINZ VIDAL, E. (1998), “El hallazgo monetario medieval de Ambojo (Pedreña, Marina de Cudeyo, Cantabria)”, en BOHIGAS ROLDÁN, R. (ed.), Trabajos de Arqueología en Cantabria, IV, Santander: 169-214.
☻BOHIGAS ROLDÁN, R. (1986), Los yacimientos arqueológicos medievales del sector central de la cordillera cantábrica, T. I, Monografías Arqueológicas, 1, A.C.D.P.S., Santander.
☻GARCÍA GUINEA, M. A. (1979), El Románico en Santander, Librería Estvdio, Santander.