Después de bastantes meses alejado de él (no del todo en realidad, como recordarán los lectores fieles del blog) vuelvo con esta entrada al siempre sugerente tema de los "muertos vivientes medievales", concretamente para hablar de una variante de una de las formas clásicas de acabar con ellos: la destrucción de su cabeza.
Tanto las propias citas medievales (algunas en Caciola, 1996) como los ejemplos de época moderna y contemporánea recogidos en la bibliografía sobre el tema (básicamente en Barber, 1988) dejan claro que, si quieres terminar con la amenaza de un "retornado", lo primero que debes hacer es abrir su tumba (o, en su defecto, visitar el lugar en el que reposa su cuerpo) y cortarle la cabeza; algo que parece sencillo pero que no lo es tanto: hay que tenerlos muy bien puestos para hacerlo (¿o no?). Si eso no funciona siempre quedan otros recursos más expeditivos, como quemarlo (y este dato podría ser importante), aunque suele valer con la decapitación. Las dos cosas, en el orden en el que las he citado, también son frecuentes. La fijación por la cabeza parece indicar que es en ella donde reside la fuerza "vital" (vaya un contrasentido) del revenant y separarla del cuerpo se convierte en algo obligado: si no hay cabeza no hay "muerto viviente" y todo el mundo puede volver a sus quehaceres y respirar tranquilo (ya hemos visto en otra ocasión cómo los "retornados" no se dedican precisamente a pasear por las noche y asustar a los niños de los contornos, que también, sino que siembran el terror entre los vivos y propagan epidemias que diezman a la población). Por lo general, una vez seccionada la cabeza, con enterrar ésta en otro lugar o simplemente con situarla a los pies del cadáver debería valer. Rápido y limpio.
La variante consistente en aplastar el cráneo con una gran piedra (u otro objeto pesado y contundente, añadiría yo) no parece que haya gozado de gran predicamento entre aquellos valientes decididos a terminar para siempre con esas incómodas amenazas de ultratumba, aunque tampoco es por completo desconocida en la literatura al respecto. Así, Barber (1988: 79) señala, por ejemplo, que en la Krajina "existía la costumbre de arrojar una piedra pesada sobre la cabeza del sospechoso de ser un vampiro" (la traducción es mía).
Acercándonos más a nuestro ámbito de estudio (la arqueología) hay que comenzar diciendo que los hallazgos que han sido interpretados en clave "vampírica" o "revenántica" suelen consistir en tumbas con muertos decapitados (o mutilados de alguna otra forma), con piedras en la boca, dispuestos en decúbito prono, inmovilizados con grandes piedras o clavados (sí, con clavos metálicos) al suelo. Es raro encontrar cráneos aplastados, aunque hay algunos ejemplos muy significativos, como el de la foto:
Aspecto del cráneo del sujeto inhumado en una de las tumbas de la necrópolis de Modrá (República Checa) (Fotografía sacada del blog Magia Posthuma)
O este otro, en el que además de aplastarle la cabeza con una gran piedra también hicieron lo propio con los pies, inmovilizando completamente al difunto:
Enterramiento altomedieval de la necrópolis de Na Týnici (Bùdec, República Checa) (Stefan y Krutina, 2009)
Llegados a este punto, el siempre astuto lector del blog estará pensando algo así como "ya, todo esto está muy bien, pero son cosas del centro-oriente de Europa y todo el mundo sabe que en esas latitudes el asunto de los vampiros ha sido muy típico hasta hace cuatro días. ¿Y aquí? ¿Qué hay de lo de aquí?". Pues bien: aquí, en la Península, también hay algunos casos que parecen claros, como veremos brevemente a continuación, antes de meternos con "nuestros" muertos cavernícolas cántabros. Silvia Alfayé (2009) recoge numerosos ejemplos peninsulares de época antigua (y también alguno extrapeninsular altomedieval) en su magnífico trabajo dedicado a estos temas, por lo que es más que recomendable leerlo para ir poniéndose en situación (hay algún caso de aplastamiento de cráneo y también mutilaciones varias e inmovilizaciones de cadáveres). Existen otras referencias dispersas por la bibliografía que remiten a contextos protohistóricos, algunas de ellas con cabezas aplastadas de forma intencionada (un ejemplo canario aquí y otros peninsulares aquí y aquí). No es este el lugar para entrar en detalles, así que me limitaré a señalar algunos casos llamativos de cronología medieval.
Encontramos lo que parece un buen ejemplo de este tipo de práctica en un enterramiento infantil (realizado en el interior de una vivienda, como era habitual) de la aldea altomedieval catalana de Sant Miquel de la Vall (Antes en Lleida, ahora en Alt Pirineu i Aran). En palabras de su publicador, "se aplastó intencionadamente el cráneo y se trató de inmovilizar el muerto en el subsuelo, como en un intento de inmovilizar asimismo su espíritu, de acuerdo con resabios paganizantes" (Riu, 1982: 13). El cráneo de otro niño enterrado en la misma vivienda, aun sin piedra sobre él, también parecía presentar evidencias de haber sido aplastado.
Imagen del enterramiento infantil de Sant Miquel de la Vall (Riu, 1982)
Dibujo del enterramiento infantil de Sant Miquel de la Vall (Riu, 1982)
Otro tanto parece haber ocurrido con el "muerto fundacional" de la cámara subterránea utilizada como lugar de enterramiento (quizá colectivo en un principio pero claramente múltiple después) en Contrebia Leucade (Aguilar de Río Alhama, La Rioja), como ya comenté en la entrada dedicada a tan interesante conjunto funerario.
Inhumación con pedrusco sobre la cabeza en Contrebia Leucade (Fotografía: Hernández Vera et alii, 2007)
Existen más referencias peninsulares de cronología medieval, pero terminaré por ahora con un último ejemplo, esta vez de rito islámico: un enterramiento descubierto en el casco urbano de Alhama de Murcia y en el que la cabeza del inhumado aparecía aplastada por una gran piedra (Ramírez Águila, 1998).
Enterramiento islámico de la calle La Corredera (Alhama de Murcia) (Ramírez Águila, 1998)
Llegando a Cantabria y, más concretamente, a las cuevas con uso funerario en época visigoda, conviene detenerse en primer lugar en La Garma (Omoño, Ribamontán al Monte), en su archiconocida "Galería Inferior". Y conviene hacerlo por dos motivos principales: porque fue el primer yacimiento en el que se pudo observar ese "fenómeno" por parte de sus responsables (aunque la ausencia de paralelos conocidos lo dejó en un mero comentario) y, sobre todo, porque es el único que, gracias a sus excepcionales características, se encuentra apenas alterado. Ninguno de los cráneos de los cinco individuos depositados en la "Galería Inferior" se conserva intacto. De hecho, todos están hechos trizas, incluso en los casos en los que el resto del esqueleto se ha conservado relativamente bien. Además, en uno de ellos (quizá en dos) todo apunta a que la piedra utilizada para tan macabra tarea sigue en el lugar en el que la dejó el "quebrador", junto al fruto de su trabajo.
Imagen del cráneo destrozado del individuo nº 1 de la Galería Inferior de La Garma
Imagen de los restos del individuo nº 3 de la Galería Inferior de La Garma. La mancha blanquecina son los restos casi hechos polvo de su cráneo, junto al (y debajo del) bloque con el que presumiblemente fue machacado aquél (Fotografía: Etxeberria y Herrasti)
El segundo yacimiento donde se detectó un comportamiento extravagante relacionado con los cráneos de los muertos fue la cueva de Las Penas (Mortera, Piélagos). Durante su excavación pudo comprobarse cómo las calaveras (que hasta entonces no habían aparecido junto al resto de los cuerpos) parecían haber sido agrupadas en una pequeña galería lateral (bautizada por ello como "Galería de los Cráneos"), hechas trizas con algún objeto contundente (sólo se recuperaron pequeños fragmentos) y quemadas. Es muy probable que en el momento de la quema, que se hizo con el hueso ya seco, también se quemasen los abundantísimos granos de cereal recuperados en ese mismo lugar, uno de los cuales proporcionó una fecha de Carbono 14 que, aunque coincide en gran medida con las obtenidas de huesos humanos y los restos de cuero de un cinturón, podría ser varias décadas posterior. En otra entrada vimos que la quema de grano donde hay muertos puede responder a una práctica necrofóbica, de origen precristiano, que fue perseguida por la iglesia durante la Alta Edad Media, tal y como queda patente en numerosos libros penitenciales ya desde el siglo VII. Es muy probable pues que, en Las Penas, se realizase a la vez que la destrucción de los cráneos, formando parte de un mismo ritual.
Imagen de la excavación de la Galería de los Cráneos de Las Penas. Junto a otros restos humanos y algunos objetos metálicos se observa la presencia de fragmentos de cráneo quemados, identificables en la foto por su color negruzco (Fotografía: Serna y Valle)
Finalmente, hay que reseñar que, en la excavación que dirigimos en 2011 en Riocueva (Hoznayo, Entrambasaguas) los autores de este blog, obtuvimos serios indicios de que en su interior había tenido lugar algo muy parecido a lo de Las Penas. No localizamos ningún cráneo, pero sí que encontramos numerosos fragmentos quemados. De hecho, todos los fragmentos de cráneo que recuperamos habían sido sometidos a la acción del fuego con distintos grados de intensidad, tal y como revelaban sus coloraciones, que iban del negro parduzco al gris casi blanco. En este caso la quema parece que no se llevó a cabo en una única zona ni fue tan selectiva, ya que también había otros huesos quemados (quizá porque estuviesen cerca de los cráneos cuando alguien encendió la lumbre). La ausencia de un nivel de carbones de cierta entidad nos permite sospechar que para hacer el fuego, que tuvo que alcanzar los 600 grados centígrados, se utilizó alguna sustancia inflamable (quizás algún tipo de aceite o resina). Como ocurría en el caso anterior, un conjunto de cereal carbonizado (en esta ocasión en un saquito o similar) acompañaba a los huesos, por lo que puede hacerse extensible a Riocueva lo señalado en las últimas líneas del párrafo dedicado a Las Penas.
Fragmentos de cráneo quemados, junto a otros restos humanos y de fauna, en Riocueva.
Relacionar estos tres casos cántabros con los que hemos visto más arriba y con su explicación "necrofóbica" resulta muy tentador (entre otras cosas porque es realmente difícil encontrar una interpretación alternativa para este tipo de comportamiento y porque la repetición hace que pueda excluirse la explicación casual debida a extraños procesos postdeposicionales de origen natural). En el estado actual de nuestras investigaciones yo estoy casi absolutamente convencido de que la destrucción (y quema en dos de los casos) de los cráneos de los muertos localizados en La Garma, Las Penas y Riocueva tuvo como fin la eliminación de la potencial amenaza que, por el motivo que fuera, suponían aquéllos para la comunidad a la que pertenecían en vida. Sería sólo una de las varias medidas que parecen haberse tomado en ese sentido, entre las que destacan su propio depósito en zonas muy interiores de cuevas, de acceso complicado (complicadísimo en el caso de La Garma); o la quema de grano junto a (o sobre) ellos. Quizá otra prueba más, en este caso cántabra, de lo arraigada que llegó a estar en la Edad Media la idea de que algunos muertos, en determinadas situaciones, podían volver a caminar entre los vivos. Y no precisamente para hacer el bien.