Como ya es
habitual en nuestras idas y venidas entre la costa cantábrica y el Mediterráneo, hemos hecho —
Helena y yo, por supuesto— una parada para conocer un yacimiento arqueológico que teníamos ganas de visitar desde hace tiempo: el
conjunto de época visigoda de El Bovalar (Seròs, Lérida). No teníamos muy claro si iba a ser posible, porque no aparece en ninguna guía como lugar visitable, ni tampoco sabíamos con seguridad cómo se llegaba. Para evitar el paseo en balde, consultamos a la profesora
Gisela Ripoll, quien nos informó de que, aunque vallado, el lugar era accesible y nos proporcionó unas indicaciones que facilitaron en gran medida la localización del yacimiento.
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Helena buscando información del yacimiento sobre el terreno ¡alabado sea el 3G! |
Con la cabeza puesta en lo que recordaba de las publicaciones, esperaba encontrar —y fotografiar, faltaría más— una buena cantidad de
sarcófagos y tumbas de lajas a la vista, pero en los trabajos de acondicionamiento de la iglesia más recientes han quedado ocultas bajo una espesa capa de gravilla hasta las sepulturas que se habían «salvado» en la
intervención de acondicionamiento y conservación realizada en 2006. Basta con echar un ojo a un plano de la excavación y contrastarlo con lo que hoy queda a la vista para darse cuenta de que la función funeraria del interior de la basílica ha quedado camuflada en exceso, a pesar de los esfuerzos por insinuar su presencia. Al menos con esta última intervención se ha recuperado un lugar que
a la altura de 2013 había adquirido un aspecto selvático¡a ver cuánto dura! Eso sí, sigue
sin señalización y sin ningún elemento informativo o interpretativo que facilite la visita.
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Planta de la basílica de El Bovalar con ubicación de las sepulturas (de Palol, 1989) |
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Dos de los pocos sarcófagos visibles actualmente en El Bovalar |
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La basílica desde el mismo punto de vista en 2015 |
El yacimiento consta de
dos partes claramente diferenciadas por su funcionalidad, pero que aparentemente forman un conjunto indisoluble: la
«basílica» y el
«poblado».
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Planta general del conjunto de El Bovalar (modificado de Palol, 1989) |
La basílica es una
iglesia cristiana de planta basilical—como su propio nombre indica— con tres naves rectangulares separadas por sendas filas de columnas, de las que sólo se conservan las basas. La cabecera tiene un
sanctuarium de planta rectangular con dos estancias adosadas a los lados usadas como espacios funerarios. Está elevada sobre el resto de la planta y contaba con canceles de separación. La nave y el entorno exterior también fueron lugares utilizados para colocar
sepulturas, muchas de ellas en sarcófagos con cubierta a doble vertiente. En los pies del edificio se ubicaba el
baptisterio, una piscina de planta cuadrada sobre la que se disponía un baldaquino monumental que actualmente se conserva en el Museu de Lleida. La construcción del templo se sitúa en torno a finales del siglo V o comienzos del siglo VI, según las estimaciones de Pere de Palol.
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Vista general de la basílica desde la zona del baptisterio |
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Detalle del acceso al sanctuarium, donde se ubicaba el altar |
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Basa de una de las columnas de la nave central de la basílica |
Por lo que respecta al
poblado, se ha denominado así a una serie de
construcciones contiguas a la basílica que se extienden sobre todo
hacia el sur de la misma que servían como viviendas, almacenes y espacios de transformación de productos agroalimentarios. Una de las estructuras más reseñables del conjunto es una
gran prensa de vino de uso comunitario. Aparecieron además grandes vasijas de almacenamiento enterradas en el suelo, silos subterráneos y grandes estructuras para soportar toneles de vino. Algunas de esas construcciones se disponen
sobre antiguos espacios funerarios, como pone de manifiesto la
superposición de muros sobre sepulturas. La fecha propuesta para las viviendas y demás construcciones funcionales es algo posterior que la atribuida a la basílica, en torno a los siglos VII-VIII.
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Vista parcial de la zona de poblado de El Bovalar |
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Prensa para el vino |
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Bodega con estructura para colocar toneles |
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Grandes vasijas de almacenaje enterradas en el suelo de las viviendas |
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Muro del poblado superpuesto a una cubierta de sarcófago |
El
abandono del conjunto se produjo como consecuencia de un
incendio que, a juzgar por las monedas más recientes que se han recuperado —acuñaciones del esquivo rey visigodo
Agila II—, debió de producirse a principios del siglo VIII, quizá en relación con la invasión árabo-bereber que alcanzó esa zona hacia el año 713. Ese fin traumático supone una auténtica bendición para los arqueólogos, ya que los moradores de El Bovalar abandonaron el cerro «con lo puesto», dejando tras de sí un
gran número deobjetos en excelente estado de conservación: mobiliario litúrgico, monedas, abundante cerámica, herramientas de lo más diverso y hasta los aros de los toneles en los que se guardaba el vino. Además, el lugar nunca se reocupó, por lo que permaneció sin más alteraciones que las provocadas por las labores agrícolas hasta su descubrimiento en 1943.
Para la próxima, habrá que pasarse por el
Museu de Lleida y echar un vistazo al baptisterio y a los
objetos suntuarios del El Bovalar que tienen expuestos. Los
objetos «menos nobles» están en el
Museu de la Noguera (Balaguer), que también habrá que incluir en la lista de futuras visitas.
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Espectacular incensario de bronce de El Bovalar, actualmente en el Museo de Lleida |
Gracias a ese abrupto final con el fuego como protagonista, encontramos en El Bovalar un elemento que lo conecta con «nuestras queridas
cuevas»:
el mijo. En un
breve artículo de P. de Palol publicado en 1986 que es, seguramente, la referencia bibliográfica más conocida sobre El Bovalar, se dice que con este tipo de grano de han fabricado «unas tortas circulares huecas por el interior y almacenadas en estantes de madera en el muro». ¿Será casualidad que este cereal aparezca asociado a episodios de tiempos convulsos, como fue la primera mitad del siglo VIII o formaba parte de la dieta habitual durante toda la Antigüedad Tardía? Mijos y panizos son cereales de ciclo corto muchos menos «exigentes» que el trigo o la cebada y podían cumplir a la perfección la función de «cosechas de emergencia» en periodos de inestabilidad o malas condiciones climatológicas. En el
Fons Dr. Pere de Palol del Institut Català d’Arqueologia Clàssica hay una memoria del estudio paleocarpológico elaborado por Carme Cubero Corpas, habrá que echar un vistazo.
En la actualidad existe
cierto debate en torno a la
interpretación de las estructuras localizadas en el yacimiento. Aunque tanto su descubridor y primer responsable de las excavaciones Rodrigo Pita como el continuador de la labor
Pere de Palol lo interpretaron en principio como un monasterio, el propio Palol fue, más adelante, marcando las diferencias entre el edificio religioso y las dependencias anexas, insistiendo en su carácter de poblado laico. En los últimos años se ha recuperado esa hipótesis inicial en trabajos de José María Gurt y, sobre todo, en la
propuesta más reciente de Jordina Sales, quien considera que el conjunto de El Bovalar es un
monasterio dedicado a la producción de pergamino.
Uno de los elementos sobre los que pivota buena parte de la hipótesis de Jordina Sales son unos objetos que le resultarán familiares a los lectores del blog:
los descarnadores o «peladores», de los que se han encontrado una veintena en El Bovalar y utilizados —según esta investigadora— para retirar el pelo y la grasa de las pieles de las reses empleadas para producir pergamino. Pero como es la «otra mitad» del Proyecto Mauranus quien más vueltas ha dado a estos chismes,
le emplazo a que dé su opinión sobre la función propuesta para El Bovalar, ya que el tema del pergamino deja algunos cabos sueltos. Insisto, que sea él... que
yo sólo pasaba por allí...