Always remember
A fallen soldier
Always remember
Buried in History
Eso dice la canción "40:1" de Sabaton y de eso precisamente va esta entrada: de recordar a dos soldados caídos y enterrados en la historia. Hasta hoy.
El verano pasado, a principios de agosto, estuve con mi familia pasando unos días en Valderredible, ese valle maravilloso (y cada vez más salvaje, aunque eso no sé si es bueno del todo o sólo regular, porque es una de las evidencias más visibles de la brutal despoblación que sufre) del sur de Cantabria; concretamente en Revelillas, a la sombra de Peña Corbera y sus fortificaciones de la Guerra Civil (que, para mi disgusto, no pude visitar, aunque se lo deba desde aquella espantosa y frustrante subida en 2004). Entre las muchas y muy recomendables salidas que hicimos por la zona y alrededores (Cervatos, la Cueva de los Franceses, Santa María de Valverde, Aguilar de Campoo, Monte Bernorio, Amaya, el centro de interpretación de las Guerras Napoleónicas...) hubo una que es obligada de toda obligación: la colegiata de San Martín de Elines. Yo había estado hacía mil o dos mil años, con Enrique y David Blanco, en una inolvidable jornada de exploración y anchoas vallucas, pero Amaya y los niños no la conocían, así que no había excusas y para allá nos fuimos. Y mereció mucho la pena, no sólo porque el sitio es una auténtica joya del románico (adornada con bonitos chispazos prerrománicos, todo sea dicho) y tenga unas sorprendentes y espectaculares (aunque breves) pinturas murales, sino porque allí, de la forma más tonta, me tropecé (casi literalmente) con los dos objetos que están detrás de esta entrada. Objetos que, a su manera, también son dos joyitas, como tendréis ocasión de comprobar si seguís leyendo.
La colegiata de San Martín de Elines en 1926 (Imagen tomada de aquí)
Tras visitar el claustro y la nave, la guía nos introdujo en la sacristía, donde no recuerdo muy bien qué enseñaba, más allá de un agujero excavado en el suelo (a mano izquierda, según se entra) en el que se aprecia muy bien cómo el nivel actual está como 30 o 40 cm por encima del medieval. Pues bien, al mirar el hoyo casi se me caen los ojos al suelo y no precisamente por la profundidad del mismo ni por la constatación de que la gente en la Edad Media vivía en una cota inferior a la nuestra de ahora. Nada de eso. En realidad mis globos oculares casi saltaron de sus cuencas cuando creyeron percibir, en una especie de losas que había arrinconadas en una esquina junto a la cata, una hoz y un martillo; algo que jamás hubieran esperado encontrar en una iglesia (y menos en una abierta al culto). Así que al riesgo de ceguera traumática se le unió, durante unas milésimas de segundo, el de colapso cerebral, aunque me recuperé enseguida, en cuanto me percaté de qué era realmente lo que tenía delante: dos fragmentos de otras tantas lápidas funerarias pertenecientes, según pensé en aquel momento, a un comunista (por los ya mencionados hoz y martillo) y a un masón (por el triángulo que adornaba el otro fragmento), respectivamente.
Las lápidas (o lo que queda de ellas, más bien)
Emocionado como sólo se emociona uno cuando tiene la sensación de que acaba de toparse con algo extraordinario, hice un par de fotos rápidas con el móvil y crucé unas palabras con la guía, que no parecía haber reparado en las lápidas (y que, todo sea dicho, no les dio ninguna importancia ni hizo ningún comentario al respecto al resto de visitantes). Dándole vueltas al asunto en mi cabeza, abandonamos San Martín de Elines y seguimos con nuestra ruta turística. Compartida la información gráfica del hallazgo con algunos amigos, uno de mis compadres del colectivo FRESA, David Santamaría, comentó que un tercero, Miguel Espinosa (vaya aquí mi agradecimiento a ambos) conocía una imagen de época en la que aparecían unas lápidas de ese tipo; imagen que, como supe poco después por boca (o, más bien, dedos) del segundo, forma parte del archivo de la Diputación Provincial de Burgos. Conseguida una copia, cual fue mi (nuestra) sorpresa al comprobar que se trataba de las mismas lápidas, que en la foto antigua aparecían completas, figurando, entre interrogantes, San Martín de Elines como lugar de procedencia y sin más información al respecto. Obviamente, el paso del tiempo (y la entrada de las tropas nacionalistas en agosto del 37) en esa localidad les han sentado bastante mal, habiéndose perdido (aparentemente, porque puede que se conserve algún otro fragmento por ahí, aunque parece difícil) la mayor parte de sus superficies. En cualquier caso, la existencia de la fotografía compensa la pérdida, permite la reconstrucción completa de las inscripciones y nos da una información preciosa para tratar de interpretarlas.
Fotografía de las lápidas (Archivo de la Diputación Provincial de Burgos)
Las dos lápidas son muy parecidas, aunque no exactamente iguales, y responden claramente a un mismo patrón. Una estrella de cinco puntas en relieve preside la inscripción, arriba en el centro, flanqueada, en las esquinas izquierda y derecha, por un triángulo y una hoz y un martillo, respectivamente, enmarcados en sendos cuadrados. Ambos símbolos están grabados en ellos y, en origen, estaban pintados de rojo, como demuestran los restos de pintura conservados (y su "color" tan marcado en la foto en blanco y negro). Bajo la estrella, la fórmula EL CAMARADA da inicio a la inscripción funeraria, hecha en relieve, y constituida por el nombre del soldado, la fecha de fallecimiento, su edad y la mención al recuerdo de sus familiares.
En cuanto a su interpretación, vayamos por partes, que diría Jack el Destripador. En primer lugar, la estrella refleja el carácter militar de los fallecidos, concretamente su pertenencia al Ejército Popular de la II República Española (más concretamente, en su caso, al Ejército del Norte republicano y, aún más concretamente, al Cuerpo de Ejército de Santander; como veremos dentro de poco). La relación entre la estrella (roja) de cinco puntas y el Ejército Popular es muy estrecha, siendo ésta la principal de sus insignias, presente en las divisas de sus mandos y comisarios, de arriba a abajo del escalafón. Centrándonos en el Cuerpo de Ejército de Santander, encontramos esa misma estrella, entre hojas de laurel, en el sello de su Estado Mayor; por citar sólo el ejemplo más gráfico.
Divisas del Ejército Popular (Imagen tomada de aquí)
Sello del Estado Mayor (tomado de "Días de fuego y Sangre")
En el mismo sentido habría que interpretar el uso de la fórmula EL CAMARADA, ya que, aunque en principio pudiera pensarse en la filiación comunista de los difuntos, no parece que sea así, ya que Pérez Galán, que era teniente en el momento de su fallecimiento, no figura en la lista de oficiales de esa ideología en las distintas unidades republicanas montañesas publicada por J. M. Puente Fernández en su imprescindible "El Guardián de la Revolución. Historia del Partido Comunista en Cantabria 81921-1937" (libro en el que, por cierto, el que sí que sale es mi abuelo Paco, junto a varios de sus hermanos, aunque esa es otra historia). De hecho, aunque en ese listado sí que figuran numerosos mandos comunistas del Batallón 113 (el del otro soldado del que estamos tratando), no hay ninguno que sirviera en el 119, lo que indica que nadie en la oficialidad de ese batallón pertenecía al PCE. El uso del término "camarada", aparte de ser de uso corriente (junto a otros, como "compañero") en otras organizaciones obreras no comunistas, parece haber sido el utilizado para referirse también a los compañeros de armas en el seno del Ejército Popular, como atestiguan numerosos testimonios que pueden rastrearse en la documentación y la prensa de la época (pensemos, además, en el famoso saludo "¡Salud, camarada!").
La hoz y el martillo, el símbolo comunista por excelencia, podría estar, en este caso, representando, más que al PCE, a todas las organizaciones obreras presentes en el Frente Popular (y cuyos miembros nutrían las filas de los batallones gubernamentales desde primera hora, antes de las llamadas a quintas). Porque de tratarse de la opción aparentemente obvia y estar ante un símbolo estrictamente comunista, resultaría muy complicado explicar en las lápidas la presencia, en igualdad de condiciones y tamaño, de la otra figura: el triángulo, un símbolo del republicanismo de izquierdas, la otra pata del bando gubernamental. De origen indudablemente masónico y con una historia que puede rastrearse, en la política española, hasta las primeras décadas del siglo XIX (ahí está la famosa bandera bordada por Mariana Pineda, con un gran triángulo verde sobre fondo morado y las palabras LIBERTAD IGUALDAD LEY escritas sobre cada uno de los tres lados de esa figura geométrica), el triángulo es uno de los símbolos más utilizados por los republicanos peninsulares (lo que, por otra parte, demuestra la estrechísima relación existente entre masonería y republicanismo por estos lares, todo sea dicho de paso). Un vistazo a los logos de los principales partidos republicanos de los años 30 o a algunas de las alegorías republicanas pintadas a lo largo de la segunda mitad del XIX y las primeras décadas del XX es suficiente para darse cuenta de su importancia en ese ámbito:
Logos del PRRS, IR y ERC
En el caso de Cantabria, incluso contamos con una curiosísima evidencia numismática, ya que en el reverso de las monedas de 1 peseta acuñadas en 1937 por el Consejo Interprovincial de Santander Palencia y Burgos aparece un triángulo, única figura, junto con el escudo de Santander del anverso y la corona de laurel en cuya base está colocada, que las adorna. El responsable de esta acuñación (así como de las de 50 céntimos) fue Domingo José Samperio (al que deben pertenecer las iniciales DS que figuran en el anverso), miembro de Unión Republicana y Consejero de Hacienda en aquel efímero gobierno autónomo montañés, cuya filiación política podría explicar la presencia del triángulo en las monedas (si, además, era masón, lo desconozco).
Moneda acuñada por el Consejo de Santander, Palencia y Burgos (Imagen tomada de aquí)
Llegados a este punto, parece que existen dos posibilidades a la hora de interpretar las lápidas sobre las que estamos tratando: que sean cosa del Partido Comunista y estén dedicadas a dos de sus militantes caídos en combate, algo que, como ya he ido adelantando, me parece poco probable; o que se trate de sendos monumentos funerarios dedicados a la memoria de dos soldados del Ejército del Norte republicano, siguiendo un modelo estandarizado en el que se habrían sustituido los símbolos tradicionales católicos (la cruz, el RIP, etc.) por los de las organizaciones del Frente Popular de izquierdas que formaba el gobierno de la República en guerra y gobernaba, valga la redundancia, en la zona leal a éste (la hoz y el martillo y el triángulo). De ser correcta esta última interpretación, los restos conservados en la colegiata de San Martín de Elines serían los únicos vestigios (al menos que yo conozca) de un tipo de monumento funerario dedicado a la memoria de (algunos de) los combatientes republicanos cántabros, probablemente en uso durante parte de los 13 meses de Guerra Civil en la antigua provincia de Santander y las zonas aledañas de Palencia y Burgos (y León, que siempre nos lo pasamos porque fue muy poco terreno, pero lo fue) bajo su control.
Soldados republicanos del Cuerpo de Ejército de Santander en el sur de Cantabria en 1937 (Fuente: Biblioteca Virtual de Prensa Histórica)
Persisten, naturalmente, algunos interrogantes que no estoy (aún) en condiciones de responder. Uno es el hecho de que sólo conozcamos estas dos lápidas dedicadas a la memoria de estos dos soldados y no otras hechas para los otros muchos que cayeron en aquellos 13 meses, tanto en esa zona del frente de La Lora como en otros lugares. ¿Por qué ellos sí y los demás no? ¿Tuvieron una muerte más heroica que el resto? ¿O es una casualidad? ¿Son monumentos dedicados a la memoria de sus compañeros por parte de sus unidades? ¿O por parte de la 3ª División? ¿O se trata de monumentos encargados, como parece desprenderse de las dedicatorias, por los familiares de los difuntos, utilizando un modelo estandarizado y autorizado por el ejército? Y el más importante de todos: ¿Están José Manuel y Victoriano enterrados en el interior de la colegiata de San Martín de Elines o su monumento funerario era, en realidad, un cenotafio erigido en su recuerdo? La primera posibilidad me parece la más lógica, aunque creo que no puede descartarse lo segundo. Habrá que seguir investigando (y toda colaboración es, por supuesto, bienvenida).
En cualquier caso y tras una búsqueda no demasiado exhaustiva aunque sí intensa, me parece que no resulta muy aventurado afirmar que nos encontramos ante un testimonio epigráfico excepcional (y que sobrepasa los límites autonómicos, ya que no parece que abunden las lápidas de este tipo: de la época y dedicadas a la memoria de soldados republicanos caídos en combate). De hecho, su excepcionalidad ya llamó la atención a las autoridades franquistas, al poco de tomar la localidad. Esto cuenta en su tesis Rosa Bustamante (que sitúa las lápidas en el centro de un jardincillo, en el claustro) que expresaba al respecto el Consejero de Cultura, en Burgos, en 1937:
"hay dos lápidas de camaradas jóvenes muertos en el presente año con la misma ingenuidad en la dedicación de sus familiares que en todos los tiempos, pero con la particularidad interesantísima de tener como emblemas el triángulo masónico en el borde superior de la izquierda y la hoz y el martillo en el de la derecha"
Vistas las lápidas, toca ahora centrarse en los caídos a los que honran y recuerdan. Aunque es un trabajo complicado y que requeriría de mucho más más tiempo y dedicación de los que están ahora mismo a mi alcance, alguna cosa he podido rastrear sobre ellos.
En una nota necrológica publicada en "El Cantábrico" del 6 de mayo de 1937, puede leerse lo siguiente acerca del fallecimiento de José Manuel Pérez Galán:
"A los veintitrés años de edad, y luchado contra los rebeldes, dio su vida por la república el valeroso teniente de la tercera compañía del batallón 119 José Manuel Pérez Galán, que tomó parte en la operación de Espinosa de Bricias (sic), iniciada el pasado domingo. Era un valiente muchacho que animaba a todos con su presencia en los combates y marchaba delante para dar ejemplo a los suyos (...)"
Y unas páginas más adelante, aparecía su esquela:
Sabemos pues que se trataba de un joven de Sierrapando, que tenía el rango de teniente, que estaba encuadrado en la tercera compañía del Batallón 119 del Cuerpo de Ejército de Santander y que murió en los primeros compases de la ofensiva republicana que terminó con la toma de Espinosa de Bricia, en mayo de 1937.
Trincheras en los alrededores de Espinosa de Bricia (Fotografía: Miguel Espinosa)
El Batallón 119 (también conocido como Batallón de Aviación "Esteban Bruno", en recuerdo a la figura del piloto republicano fusilado en agosto de 1937 tras un aterrizaje de emergencia en la zona sublevada) está vinculado muy estrechamente a la (controvertida) figura de Eloy Fernández Navamuel, héroe de guerra de primera hora en La Montaña en su condición de aviador, comandante del sector de Mataporquera después y más tarde de la 3ª División del Cuerpo de Ejército de Santander, con sede en Reinosa. Y, además de todo eso, protagonista de una escandalosa renuncia al mando en plena ofensiva enemiga y de una no menos escandalosa huida en avión a Francia (con algunos de sus allegados y colaboradores más cercanos) que le acarreó la condena de sus antiguos camaradas y el oprobio generalizado (y que él justifica en sus memorias, como puede leerse aquí). La unidad se formó con voluntarios relacionados con el campo de aviación de Menaza-Quintanilla de las Torres y siempre tuvo a gala su vinculación con ese arma, como demuestra su apelativo "de Aviación" (tanto que existen testimonios de que, en sus cascos, llevaban pintadas las alas del emblema de la aviación española de la época).
El batallón (siguiendo a M. A. Solla en su recién salido del horno "Días de fuego y sangre. La Batalla de Santander I"), tras la reorganización de abril de 1937, formaba parte de la Brigada nº 8, encuadrada en la mencionada 3ª División. Estaba al mando de Luis de Ulierte (una de las manos derechas de Navamuel) y estaba desplegada en Valderredible, concretamente en Bárcena de Ebro (antes había estado en Reinosa, zona a la que volvería, como unidad de segunda línea, en vísperas de la ofensiva rebelde de agosto del 37). Su historial de combate, en el que destaca, precisamente, la participación en la toma de Espinosa de Bricia el 4 de mayo de 1937, la hizo merecedora de una bandera que le fue entregada, en una solemne ceremonia a la que asistieron las principales autoridades civiles y militares de la Cantabria republicana, en Torrelavega a finales de ese mes. Lo realmente excepcional del asunto es que esa bandera sobrevivió a la contienda (casi con toda seguridad, como botín de guerra) y se conserva en el Museo del Aire de Madrid, cedida por el Museo del Ejército.
Bandera del Batallón 119, conservada en el Museo del Aire (Fotografía tomada de aquí)
En "El Cantábrico" del 6 de mayo, el mismo día que se daba la noticia del fallecimiento de Pérez Galán, el nombre de Victoriano Renedo aparecía en la sección "Buzón de Campaña" como uno de los milicianos (sic) del Batallón 113 que "se encuentran sin novedad" a fecha del 30 de abril. No era la primera vez: en octubre de 1936 ya aparecía en esa misma sección del periódico, lo que indica que, con toda seguridad, su incorporación a filas fue voluntaria y no por quinta.
Detalle de "Buzón de Campaña". Nótense las estrellas de 5 puntas
Y eso es todo lo que he podido encontrar sobre él. Su muerte tuvo que ocurrir durante una fallida ofensiva republicana sobre Sargentes de la Lora en mayo de 1937. Según cuenta Wifredo Román en el segundo volumen de su magnífica (y muy recomendable) "Combate en la montaña. El frente de Palencia y Cantabria en la Guerra Civil", en la madrugada del 14 de mayo el batallón 113 atacó frontalmente las posiciones nacionalistas que defendían esa localidad (partiendo del "Parapeto de la muerte" e intentando tomar el vital para la defensa "Parapeto de la horca"), mientras los batallones 123 y 131 hacían lo propio por los flancos. Las fortificaciones y las tropas que las guarnecían resistieron, el ataque fracasó y las unidades republicanas volvieron a sus puntos de partida, quedando Sargentes en manos de los sublevados. Pues bien, atendiendo a la fecha del ataque (14 de mayo) y a la participación en él del batallón 113 (al que pertenecía), parece claro que Victoriano Renedo cayó en combate en esa jornada y lugar.
Restos del "Parapeto de la Muerte", frente a Sargentes de la Lora (Fotografía: Miguel Espinosa)
La unidad (según J. Gutiérrez Flores también llamada “Largo Caballero”, lo que le convertiría en el segundo batallón con ese nombre en el Cuerpo de Ejército de Santander, junto al 109) estaba al mando del comandante Ricardo Fernandez Rubinos. En la ya mencionada reorganización de abril del 37, aparece formando parte de la 8ª Brigada, dentro, al igual que el 119, de la 3ª División. Guarnecía un sector del frente de La Lora y tenía su sede en Polientes.
Volviendo a las lápidas y como ya dije más arriba, no es habitual encontrar cosas de este tipo, más allá de las archiconocidas inscripciones de las fachadas de las iglesias dedicadas a "los caídos por Dios y por España" (y encabezadas por José Antonio Primo de Rivera) que los vencedores en la Guerra Civil sembraron por toda la geografía española y las de algunos monumentos conmemorativos de luctuosos hechos puntuales, como sacas y paseos. Sin embargo, en Cantabria contamos con algunas otras que, por sus especiales características, merecen una especial atención. Por ejemplo, la lápida (con sus propios símbolos: la cruz de Malta verde y el escudo central con el Crismón descolocado) dedicada por las juventudes de Acción Católica a sus "mártires" de una parroquia santanderina (y que he conocido el otro día gracias a David Santamaría). O las cruces de los soldados italianos caídos en su avance hacia Santander, durante la batalla homónima, en agosto del 37. O las estelas a la memoria de los aviadores de la Legión Cóndor muertos en actos de servicio y erigidas en el lugar en el que cayeron sus aeronaves. Monumentos que van desapareciendo (los que no lo han hecho ya lo harán en breve, en cuanto se les aplique la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Cantabria, que está al caer) y que sin duda merecen un lugar en un museo, más allá de otras consideraciones.
Estela de aviadores de la Legión Cóndor muertos en Cantabria
Por razones obvias, los monumentos conmemorativos del bando perdedor (que los hubo y para muestra esta entrada) sufrieron su particular damnatio memoriae tras la derrota y desaparecieron, enterrados en la historia, al igual que aquellos a los que estuvieron dedicados. Si todo sale como tiene que salir, en breve los fragmentos de las lápidas de San Martín de Elines recalarán en el MUPAC (tengo que agradecer aquí a su director, Roberto Ontañón, su interés y su intermediación con Patrimonio en este asunto) y quién sabe si terminarán formando parte (ojalá) de la nueva exposición en el nuevo edificio. A la espera de que llegue ese momento, sirvan estas líneas para rescatar del olvido la memoria de dos soldados republicanos cántabros y para mostrar unos testimonios epigráficos tan desconocidos como originales y que tantas cosas nos dicen acerca de una época y unas circunstancias terribles y cada vez más lejanas en el tiempo pero, por desgracia, aún muy presentes en nuestro día a día. Y ya que hablamos de muertos en combate, no puedo terminar esta entrada sin recordar las eternas palabras de Manuel Azaña cuando, en 1938, pedía que se pensara en ellos y se escuchara su lección, "la de esos hombres que han caído magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, perdón".
Tomemos nota. Y recordemos siempre a los soldados caídos, independientemente de la bandera bajo la que pelearon y de lo que pensemos de ella, porque la muerte los (y nos) termina igualando a todos.