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Naíf

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En el último número de la revista digital ArqueoWeb (correspondiente a 2016 y que hace el 17) y dentro del especial “Nacionalismos y usos políticos de la arqueología en España”, publica Javier García Sánchez un trabajo titulado “El Lábaro cántabro, la construcción de una comunidad”. En él, concretamente en la página 121, se me llama “naif” por haber dicho, a preguntas de un periodista del Diario Montañés, que no creía que se fuese a alcanzar ningún fin político con la propuesta de reconocimiento oficial del Lábaro hecha por ADIC (Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria) a los partidos con representación en el parlamento de la comunidad autónoma. Se me tilda de eso o se me acusa de compartir con el “regionalismo” cántabro una tenebrosa agenda oculta destinada a imponer una visión esencialista de Cantabria que deje fuera a los que no piensen como nosotros. Una de dos.

Lo cierto es que, aunque me suene mucho mejor la segunda opción y no me disgustaría demasiado que se me tuviese por un tipo tan malo y retorcido y con intereses tan bastardos (e imagino que se me pagaría bien, además), la cosa no va por ahí. No sólo no sé  nada de esa agenda, sino que mis relaciones con el regionalismo, encarnado en Cantabria en el PRC de Revilla, son inexistentes. Así que tendré que conformarme con lo de naíf, que me da que no es sino una forma delicada de llamarme tonto, aunque lo dejaré estar (por ser las fechas que son) y pondré el caso en las imparciales manos de la RAE. Dice su diccionario que el adjetivo naíf (o naif, que tanto da) significa, en su cuarta acepción y coloquialmente, “ingenuo o inocente”. Así que, qué mejor día que hoy, 28 de Diciembre, para responder, desde mi inocencia, al señor García Sánchez y explicar, a quien quiera conocerla, cuál es la realidad detrás de la visión completamente sesgada que ofrece de mi persona y de mis aportaciones al debate público sobre el Lábaro hechas en los primeros meses del año en curso. Y, ya que estamos, para hacer una crítica de algunos aspectos importantes de un trabajo que me parece bastante deficiente, tanto en fondo como en forma. 





Empezando por la fijación que muestra García Sánchez con ADIC (organización a la que ni pertenezco ni he pertenecido nunca, por cierto) y su papel en toda esta historia, tengo que decir, en primer lugar, que me resulta ciertamente chocante leer, de manos de quien parece presentarse como un experto en el tema del Lábaro, afirmaciones como éstas:

Su origen [el del Lábaro] debe buscarse en la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC)” (p. 117)

“… la existencia del lábaro de ADIC…” (p.  119)

“presidente de la asociación ADIC, promotora de la bandera y del movimiento por el reconocimiento del símbolo” (p. 120)

“en mi opinión el lábaro NO es la bandera de la gente, es la bandera diseñada y promovida por ADIC” (p. 121)

Y me choca porque cualquier persona que se haya tomado la molestia de indagar en la historia de esa bandera (y yo lo he hecho y lo sigo haciendo, para qué andarnos con falsas modestias) sabe que su diseño no tiene nada que ver con ADIC, que tiene su propia enseña (verde, gris y azul y con un bisonte de Altamira dentro de una corona de laurel como emblema central) desde la segunda mitad de los 70; y sí mucho con la minoritaria “Cantabria Unida / Kantabria Atropá” y con quien fue su líder: Luis Ángel Montes de Neira, el verdadero creador del Lábaro tal y como lo conocemos hoy en día. Ambas asociaciones, por cierto, miembros del Organismo Unitario para la Autonomía (inexplicablemente rebautizado como “Organización Unitaria” en el artículo que da origen a esta entrada), aunque García Sánchez las saque de allí y las sitúe al margen de los “partidos políticos democráticos de izquierda y organizaciones sindicales” que, siempre según él, formarían en exclusiva esa organización autonomista (y así tendríamos izquierdistas demócratas por un lado y regionalistas varios por el otro, juntos pero no revueltos). Algo que le viene de perlas para ir trabajando su discurso pero que es falso de toda falsedad.


Bandera de ADIC en un anuncio de la época (tomado de aquí)


Empeñado en su cruzada contra ADIC, parece desconocer García Sánchez que cuando en 1977 tocó elegir una bandera para Cantabria en el seno del Organismo Unitario, esa asociación se abstuvo en una votación en la que compitieron el Lábaro de Montes de Neira, su propia enseña (la verdadera bandera de ADIC) y la rojiblanca. Votación que, por cierto, ganó el primero pero que quedó en papel mojado merced a ciertas maniobras políticas que desembocaron, entre otras cosas, en la disolución del Organismo y en la adopción de la bicolor como futura bandera de la Comunidad Autónoma de Cantabria (tal y como relata un despechado Montes de Neira en este trabajo). Una bandera rojiblanca por la que los dirigentes de ADIC mostraron desde bien temprano una gran devoción, como puede comprobarse echando un vistazo a su archivo histórico, en su página web. Devoción sólo comparable a su desprecio por un Lábaro ausente del todo durante muchos años en la imagen de la asociación.


Miembros de la directiva de ADIC tirando de rojiblanca en la segunda mitad de los años 70 (sacado de aquí)

No es sólo que el PRC, partido surgido de ADIC aunque independiente de ésta, no lo incorporase como elemento simbólico propio (que no lo hizo, al contrario  de lo que sucedió con la rojiblanca, presente en su logo desde el principio), sino que ni siquiera la aventura electoral nacionalista de la propia ADIC en 1983, ANAC, lo adoptó: quizá en un afán por apartarse de la sombra de Montes de Neira y su gente (y de otros grupos que habían adoptado el Lábaro como propio), tomó como emblema la estela de Lombera, con sus cinco radios curvos. Habría que esperar a los años 90 para que una nueva generación de dirigentes de ADIC comenzase a hacer suyo un símbolo que había empezado a resurgir en las gradas de los campos de fútbol y en los festivales de música folk y tradicional que se multiplicaban en la Cantabria de entonces. Y de todo esto, que es de “primer curso de labarismo” (y la base de la que debería partir todo estudio pretendidamente serio sobre el Lábaro), no tiene ni idea García Sánchez, por lo que se ve. Muy mal comienzo y suficiente, en otras circunstancias, para no seguir leyendo su trabajo.

No termina aquí lo relacionado con ADIC. Lo visto hasta este punto puede achacarse a un preocupante desconocimiento del tema sobre el que se pretende pontificar, pero falta algo que es aún peor. Cuando García Sánchez acusa, de forma más o menos velada, a esa asociación de hacer pasar al Lábaro por una bandera milenaria y obvia el contenido del tríptico publicado por la propia ADIC en 2007, no está haciendo otra cosa que adulterar la realidad de un debate que tiene muchos más tonos de gris de lo que parece que a él le gustaría. Que eso es así puede comprobarse leyendo lo que decía y firmaba ADIC en esa publicación (que he enlazado arriba y pego como imagen más abajo, para quien quiera leerla completa) de la que extraigo algunos pasajes que considero muy ilustrativos:

“En los últimos años se ha popularizado entre la ciudadanía una bandera, un símbolo, que se ha tratado de interpretar a través de los testimonios históricos anteriormente expuestos”

“Algunos autores han creído ver en los orígenes del Labarum una influencia indirecta de los cántabros a través de su estandarte militar, denominado Cantabrum, bastante más antiguo. Respecto a este tipo de suposiciones, sólo nos atrevemos a decir que hay que tomarlas con mucha prudencia (…) Y lo más importante; el Labarum no tiene porque ser un heredero del Cantabrum, y sólo cabría plantearlo como una posibilidad y nunca como una certeza histórica. En definitiva, LA IDENTIFICACIÓN CANTABRUM = LABARUM ESTÁ POR DEMOSTRAR”

“Sin embargo, todo esto es, como decimos, una cadena de suposiciones por demostrar. Empezando por la raíz: identificar al Cantabrum como precedente o antepasado del Labarum, y siguiendo por el hecho atribuir al Crismón de Constantino, una influencia de la simbología cántabra precristiana. Por ello, y a modo de conclusión; a día de hoy no se puede saber qué decoración o motivo lucía el Cantabrum.”



Creo que esas líneas matizan bastante la imagen que de ADIC y su postura sobre el Lábaro y su origen nos transmite García Sánchez: se admite en ellas que el Lábaro es una creación reciente, que no existe relación comprobada entre Cantabrum y Labarum y que, desconociéndolo todo acerca del aspecto del primero, no puede darse por hecho que el actual sea una versión fiel de aquél (que, obviamente, no lo es: ni fiel ni infiel ni de ninguna otra forma). Es cierto que la asunción de ese carácter reciente de la bandera podría haber estado acompañada de una explicación aún más rotunda. Y también que, en ocasiones, los propios miembros de la asociación han seguido aferrándose a algunos de los mitos que rodeaban al Lábaro en intervenciones poco afortunadas en “la prensa regional”. Pero ocultar esta otra cara de la moneda no es de recibo y menos aún cuando se pretende realizar un trabajo académico serio. Uso el verbo “ocultar” porque el autor conoce de sobra el tríptico. Tanto es así que cita la exposición en la que pudo verse su contenido en un trabajo suyo anterior (de 2009) sobre el "uso político" de las estelas cántabras. ¿Por qué entonces sí y ahora no? Quizá porque no encaja en la interpretación que nos quiere vender en su último artículo o quizá porque ya no lo recuerde. Aunque eso es algo que sólo él sabe e importa poco ya.

Visto lo de ADIC, le toca el turno a lo estrictamente personal. Es decir, a lo que dice de mí y a la realidad que (se) esconde detrás. No meteré en esto a Eduardo Peralta (quien me consta que no está precisamente contento con la forma en la que es tratado por García Sánchez, al describirle como “cercano al regionalismo”, por ejemplo) más allá de lo estrictamente necesario. Y no lo haré porque imagino que él mismo se encargará de poner los puntos que considere oportunos sobre esas íes.

Nos acusa este investigador a Peralta y a mí de “aquiescencia” (sic) con los que tratan de buscar “un argumento histórico” (imagino que) al Lábaro (de Montes de Neira, añado yo). Y lo hace a cuenta de nuestra participación, en calidad de miembros de “la comunidad arqueológica regional” según sus propias palabras, en una conferencia-debate celebrada en el MUPAC el 12 de Febrero de este año y titulada “El Lábaro: ¿Un símbolo para Cantabria?”. También contrapone nuestra actitud con lo que él, de su mano mayor, supone que habrían hecho González Echegaray o Casado Soto de haber sido invitados (donde demuestra conocer poco o nada al primero de ellos, dando por hecho que no habría asistido a defender su postura sobre el tema del debate cuando cualquiera que le haya tratado sabe que lo habría hecho sin ningún problema) y ventila el asunto contando algo que, en mi opinión, es la clave de todo: que, cuando supo del evento, envió un escrito son su opinión al respecto al Diario Montañés y no se lo publicaron (bienvenido al club: a mí me pasó lo mismo, hace muchos años ya, con la bandera rojiblanca y el cuadro de la “Acción de Vargas” de J. Vallespín). Y es la clave porque creo que sólo sabiendo eso se entienden tanto su artículo en ArqueoWeb como el tono general de éste y el espacio que nos dedica a Eduardo Peralta y a mí en él. El primero sería una ampliación, hecha con evidentes prisas y muy poco trabajada, de su frustrada tribuna. Y lo demás la evidencia de que le sentó como un tiro que los redactores del “decano de la prensa cántabra” no tuviesen en consideración sus opiniones (¿participará también del contubernio “regionalista” el medio conservador cántabro por excelencia? ¿llegará hasta ahí el poder de esa “agenda” oculta? ¿o, sencillamente, quien llegó tarde y mal a un debate que llevaba tiempo en los medios fue él?). Y aunque deja el tema ahí, sin entrar en detalles, yo sí lo voy a hacer. Y voy a contar el qué, el cómo y el porqué de lo que se dijo en el MUPAC aquel día porque, sin esa información, no puede entenderse nada de este asunto.


Cartel de la conferencia-debate sobre el Lábaro celebrada en el MUPAC

En lo que a mí respecta, esta historia no empieza con la llamada del director del museo para proponerme participar en una charla pública sobre el Lábaro, en un momento en el que el tema estaba en el candelero mediático en Cantabria. Comienza un mes antes, cuando envío al Diario Montañés una tribuna titulada “El Lábaro olvidado” y los responsables de la sección de opinión tienen a bien publicarla dos semanas después, el domingo 30 de Enero. En ese escrito respondía a una tribuna anterior firmada por Aurelio González de Riancho (“Sobre el lábaro y las estelas”) y aportaba algunos datos, creo que interesantes y muy poco o nada conocidos, al debate sobre el rigor histórico y la propia historia de la bandera y el símbolo, desde el siglo XVII hasta nuestros días. Quien quiera leerlo puede hacerlo en este enlace, ya que fue publicado en el digital del DM tiempo después, manteniendo la errata de la edición impresa (“Saboy” en lugar de Saboya) y añadiendo otra, cosecha del periodista (el párrafo “Por tanto, el arraigo del Lábaro…. un rigor histórico ausente” metido con calzador donde no le corresponde). 


Y es gracias a esa tribuna, cuya existencia ignora (u oculta, porque cuesta creer que los expurgadores de la prensa cántabra a quienes menciona en los agradecimientos sean tan torpes vaciando periódicos, aunque todo es posible) García Sánchez, que Roberto Ontañón (persona poco sospechosa de “regionalismo” y autor, por cierto, del título de la charla), se puso en contacto conmigo para lo del MUPAC. Acto al que también invitó a Eduardo Peralta, como experto en las estelas discoideas gigantes, la Edad del Hierro en Cantabria y el ejército romano; y a Aurelio González de Riancho, en calidad de representante del Centro de Estudios Montañeses y como estudioso de las estelas cántabras y cuya posición, contraria al reconocimiento oficial, había manifestado, como ya dije, en la prensa con anterioridad (éste último excusó su ausencia por motivos de agenda y no participó). Llegados a este punto, cualquiera que se haya tomado la molestia de leer mi tribuna (o que la leyera en su momento) sabe de sobra qué es lo que se decía en ella acerca del “rigor histórico” del Lábaro actual. Y por eso me resulta aún más indignante leer a García Sánchez, no ya obviar ese pequeño asuntillo ni convertir torticeramente la pregunta del título (“¿Un símbolo para Cantabria?”) en una afirmación, eliminando las interrogaciones, sino hacer juicios de valor acerca de lo expuesto en un acto al que ni siquiera asistió y del que lo desconoce casi todo. 

Resumiendo mucho lo dicho allí, Eduardo Peralta se centró en mostrar cómo no existe ninguna relación entre el Cantabrum y el Labarum romanos, ni entre sí ni con los motivos astrales de las estelas gigantes (más o menos lo que hizo en esta entrada del blog), y en hacer una exposición (si no magistral, poco le faltó) sobre las unidades de auxiliares cántabros en los ejércitos de Roma. Y yo, por mi parte, en insistir en que el Lábaro actual no tiene rigor histórico (algo que llevo diciendo desde hace unos 15 años, cuando todavía no sabía ni la mitad de lo que sé hoy) pero sí una historia fascinante detrás que he ido descubriendo (sólo y en compañía de otros) de poco para acá y que arranca en el siglo XVII y llega hasta hoy mismo. Y en contar cómo y por qué surge el primer “Lábaro Cántabro”, cuál es su imagen, cómo se hace oficial en banderas y escudos militares de los siglos XVIII y XIX, cómo se olvida y por qué renace de la mano de Montes de Neira a mediados de los 70 del siglo XX. Y cómo pierde la batalla por ser la bandera de Cantabria frente a una rojiblanca cuya historia (más o menos) oficial sigue trufada de mitos carentes del más mínimo rigor(histórico e incluso cromático). Vamos, muy lejos ambos, Peralta y yo, de esa imagen de justificadores de inventos con finalidades políticas que García Sánchez da de nosotros en su escrito. En el coloquio posterior (donde hubo de todo, por cierto), ambos manifestamos nuestra opinión sobre el reconocimiento oficial del símbolo: yo a favor y él indiferente, aunque dejando más que claro los dos que con su verdadera historia por delante y lejos de los mitos e inventos legendarios que le acompañaron en su “renacimiento”. Como, por otra parte, siempre he defendido.

Eduardo Peralta y quien suscribe, en el MUPAC el 12 de Febrero

Volviendo a la tribuna, tengo que decir que también está en el origen de la entrevista en el Diario Montañés, la misma a una de cuyas respuestas replica sañudamente García Sánchez. A mí no me entrevistan porque pase por allí ni porque le caiga en gracia a ningún redactor. Lo hacen porque, tras leer mi escrito, consideran, con mejor o peor criterio, que tengo una opinión formada y documentada sobre el asunto del Lábaro. La entrevista completa puede leerse en la siguiente imagen. Y también puede comprobarse al hacerlo cómo insisto una vez más en el tema del (no) rigor histórico, algo que, de conocer sólo lo extractado por el autor del artículo que estoy comentando, tampoco se sabría. 




Sobre las opiniones de García Sánchez acerca de las mías y sobre el tema de fondo no diré mucho más, aparte de lo que ya comenté al principio. La verdad es que me dan bastante igual porque, como decía Clint Eastwood en aquella película, éstas son como los agujeros del culo: todo el mundo tiene una. Me parece estupendo, aunque no acabe de entenderlo, que a él le parezca mal el reconocimiento oficial por parte de los representantes electos de los cántabros y en sede parlamentaria, al tiempo que dice que no se muestra contrario a que suceda algún día, pues es innegable la aceptación del Lábaro en la sociedad cántabra actual (no sé, imagino que habrá que preguntarle cuándo se tenía que haber hecho, en su opinión, ya que no nos lo aclara). Que opine lo que le venga en gana, faltaría más, pero siempre desde el rigor y la honestidad intelectual, con todas las cartas boca arriba y sin hurtar a los lectores partes importantes de esta historia y del papel que hemos jugado en ella los demás (si es que hemos jugado alguno, que ése es otro cantar).

De vuelta a lo general, hay que decir que adornan al texto otros pequeños ejercicios de algo muy parecido a la manipulación en los que tampoco me voy a detener, más allá de señalar (por ridículo, para quien conozca el paño) el peor de todos: su intento de convertir la anécdota (el cartel del Día Nacional de Cantabria impulsado por un conjunto de agrupaciones políticas y sociales minoritarias) en categoría (la forma de entender Cantabria, sus símbolos y a “los otros” por parte de esa amalgama de gentes y grupos que García Sánchez etiqueta, tirando de trazo gordo, como “regionalismo” cántabro). Estoy seguro de que a los autores de aquel cartel (que García Sánchez mutila hábilmente en su trabajo, eliminando el tercio inferior para que no se vea quién organizaba el acto en realidad) les hubiera encantado tener el protagonismo y el peso social que él les atribuye, aunque la realidad, por desgracia para ellos, es otra. 


Cartel íntegro del "Día Nacional de Cantabria" de 2009. En la parte inferior, las organizaciones convocantes (sacado de aquí)

Sin embargo, esto que aquí es sabido por todos no necesariamente tiene que serlo en Madrid, en Alicante o en Huelva, por citar al tuntún varias zonas donde puede leerse su artículo. Y con eso juega, vendiendo una imagen falsa de la situación y dotando a ese “regionalismo” en el que todo cabe (en su discurso, que no en la realidad y para muestra los propios grupos del cartel, que no son precisamente “regionalistas”) de unas características que nada tienen que ver con las reales. Porque si García Sánchez se hubiese tomado la molestia de investigar cuáles son los referentes históricos del regionalismo cántabro en lugar de tirar de prejuicio y de tratar de encajar a martillazos en sus marcos teóricos de referencia (Bourdieu, Hobsbawm o quien se tercie) una realidad cántabra que se ve que no conoce demasiado bien, habría visto que estos no tienen nada que ver ni con la Edad del Hierro, ni con los Cántabros de la Antigüedad ni con la conquista romana. Ni siquiera con las estelas discoideas gigantes de los valles de Buelna y Toranzo, más allá de lo meramente decorativo (y no siempre, como hemos visto con el tema del Lábaro y la bandera rojiblanca). El partido que representa en exclusiva a ese regionalismo, el PRC, prefiere otras imágenes históricas, reales o ficticias, para construir su ideario y definir su relación con el resto de España. Siguiendo su obra de cabecera, el “Cantabria, raíz de España” de Pereda de la Reguera, sus intereses pasan por reivindicar Cantabria como el origen de lo español en todas sus vertientes: política, con Pelayo y la monarquía; lingüística, con el origen del Castellano en Valderredible; e incluso humana, con los Foramontanos y la repoblación. Todo el mundo que conozca el blog sabe lo que pensamos por aquí de todos ellos, así que no insistiré. El propio García Sánchez esbozó una crítica a la segunda en su trabajo de 2009, aunque, leyendo lo que ha publicado este año, no parece que le haya dado la importancia que realmente tiene ni que haya sabido interpretar correctamente su papel en el imaginario del PRC.

Finalmente, un pequeño apunte relacionado con lo estrictamente formal, aunque con implicaciones que van ciertamente más allá. Que, de las cuatro veces que se menciona a Hobsbawm, su apellido aparezca mal escrito tres ("Hobsbwan"¡al pie de la cita que abre el texto! y "Hobsbawn" dos veces, en la p. 116 y en la bibliografía) dice mucho del interés que se ha puesto tanto en la redacción del artículo como en su corrección, máxime cuando se trata de un autor con un peso importante en las tesis de García Sánchez. Hay más erratas (“Vexilium” por Vexillum, “Luis Wiñas” por Luis Walias, “hidria” por hidra, "González de Echegaray" por González Echegaray…), pero lo dejaremos aquí y así. Que cada cual saque sus propias conclusiones.

Termino, como no podía ser de otra manera, acordándome de la publicación que le ha dado cabida entre sus páginas. Una revista digital (ArqueoWeb) que se jacta de ser la más antigua de España en su segmento pero que deja mucho que desear en cuanto a sus criterios a la hora de aceptar originales, aunque sean para su sección de opinión, como demuestra claramente el caso que nos ocupa (va a ser cierto aquello que me dijo un colega hace tiempo: que era el lugar en el que salían los trabajos que eran rechazados en otros más serios de la misma casa). Creo sinceramente que necesitan replanteárselo, salvo que participen con alegría en esa investigación/publicación entre amiguetes (y por y para amiguetes) que tanto se estila en determinados ámbitos académicos hispánicos, que todo es posible. Y también purgar a unos revisores y/o correctores (que digo yo que los tengan) cuyo trabajo no es que no sea correcto. Es que es sencillamente impresentable, como también hemos comprobado.

Y aquí lo dejo. Espero no haber sido demasiado naíf.

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