Año y pico después de su reapertura, aún no he podido visitar el Museo Arqueológico Nacional (y lo que me queda...). Sin embargo, algunos amigos sí que lo hicieron en su momento, el año pasado, y me pasaron algunas fotos de la parte de la exposición dedicada a la época visigoda (gracias, Borja Gómez-Bedia y Javier Fernández). Vistas aquellas fotos, decidí que merecían una o dos entradas en el blog, y no precisamente para bien, porque algunas de las cosas que mostraban no eran dignas de un sitio como el MAN (máxime sabiendo el dineral que se habían gastado en renovar contenidos y exposición) y, además, dejaban entrever que, una vez más, la arqueología tardoantiguo-altomedieval volvía a ser la "hermana pobrísima". Pero, como me ocurre con demasiada frecuencia en los últimos tiempos, factores externos y (realmente no tan) ajenos a mi voluntad me impidieron ponerme a ello y lo fui dejando aparcado, sine die, a la espera de tiempos mejores (o más libres, que vendría a ser lo mismo). En estas andaba cuando, hace unos días, me topé con este artículo de Carlos Tejerizo sobre el espacio dedicado a la Antigüedad Tardía en el MAN y al discurso que subyace en él (una lectura muy recomendable, por cierto). Y gracias a él recordé que, aunque de otra manera y, desde luego, en un aspecto bastante más superficial, esas críticas mías seguían pendientes y ya iba siendo hora de hacerlas. Y a ello voy.
En primer lugar, me meteré con los tres ejemplares de hacha que se exponen. Cualquier lector más o menos fiel del blog sabrá ya a estas alturas que se trata de un arma/herramienta que me fascina particularmente (de lo que dan fe ésta, ésta y esta otra entrada, además de otras dos que enlazaré más adelante), así que lo que se expone en el MAN (y lo que se cuenta) me ofende sobremanera.¿Por qué? Pues por lo que voy a tratar de contar a continuación, siguiendo un orden de arriba a abajo, según aparecen en la foto.
El primer hacha, según el propio MAN, procede de Soto del Real (Madrid) y estaría relacionado "por su morfología con la francisca", también según la ficha del museo (las de las tres piezas pueden verse aquí). Lo primero puede ser cierto, lo segundo, desde luego, no lo es.
Iba a escribir que cualquier parecido entre ella y una francisca (o hacha de combate arrojadiza) es pura coincidencia, pero ni siquiera eso sería cierto: lo único que tienen en común es que son hachas, de hierro y de época visigoda (en un sentido amplio: siglos VI-VIII d. de C., aunque la cronología de la de Soto del Real podría ir algo más allá), como puede comprobarse en esta imagen:
El hacha de Soto del Real pertenece al tipo de las dolabras y, dentro de éste, al de las bipennes. Y cuenta con buenos paralelos, cierto que no idénticos, en el mundo hispanovisigodo, como ya mostré en otra entrada hace unos años. Por tanto, no se trata de un arma, sino de un útil, de una herramienta utilizada en trabajos de carpintería (corte y trabajo de la madera). Y por ello llama poderosamente la atención verla blandida (de forma ciertamente antinatural) por un ¿fiero? guerrero visigodo (o eso se pretende) en la ilustración (manifiestamente mejorable y que roza la indignidad cuando se la compara con las de la zona de prehistoria) que la acompaña. Ilustración (¡qué obsesión con los guerreros!) que enlaza con parte de la crítica que hace Tejerizo en su artículo (leedlo, si es que a estas alturas de la entrada aún no lo habéis hecho) citado unos párrafos más arriba y que nos da el pie para saltar al segundo hacha, el del medio. Y lo hace porque, en la versión antigua del MAN, anterior a la última reforma, había otro dibujo de otro guerrero (cómo no) godo. Y ese guerrero portaba, como puede comprobarse en la siguiente imagen, el ejemplar del que voy a hablar ahora.
Llegados a este punto, salta a la vista que, aunque distinto, nos encontramos ante un hacha del mismo tipo que el anterior y que, por tanto, no se trata de un arma de guerra. Pero no adelantemos acontecimientos... La ficha del museo dice que procede de Santiago-Pontones, en Jaén y repite el mismo mensaje que para el caso anterior: que "se ha relacionado con la francisca por su morfología" y que se fecha en los siglos VI-VII d. de C.
Tampoco es una francisca (es una dolabra, de tipo bipenne, de nuevo) y su cronología, probablemente, es más moderna. ¿Por qué digo esto último? Pues porque tiene algún paralelo formal bien datado en época medieval y ninguno en contextos seguros de época visigoda. El mejor que he visto hasta ahora, el hacha del ocultamiento de la Cueva de los Infiernos, en Liétor (Albacete), del siglo XI d. de C. (un buen artículo sobre fecha y contexto aquí, en la p. 139)
Y para terminar, el tercer hacha expuesto (el de abajo) es un viejo conocido del blog, procedente de Rodiles (Asturias). Resumiendo mucho lo que ya comenté en aquella otra entrada, se trata de un objeto que tiene buenos paralelos en algunas hachas de los siglos IV-V d. de C. y cuyas diferencias con las hachas de combate de época visigoda también son bastante marcadas.
Si, pese a ello (y aquí dejo abierta esa posibilidad, basándome sobre todo en algo que me comentaron en Vitoria hace un par de años y que imagino se publicará en breve), se trata de un hacha de los siglos VI-VII d. de C., lo tengo nada claro que entrase en la categoría de armas, sino más bien en la de herramientas (¿para qué si no esa prolongación en su parte de atrás?). Algo que parece que se tiene en cuenta en su ficha del MAN, donde se puede leer que "se pone en duda que sea una francisca, dada su morfología" (¿será por esa entrada que le dedicamos aquí? Porque, hasta donde yo sé, nadie se ha metido con ello en profundidad aparte de este blog), aunque, paradójicamente, se la siga catalogando como "francisca".
Hasta aquí los tres "hachazos": tres presuntas franciscas, o hachas de combate arrojadizas de época visigoda, que no son tal cosa (en todo o en parte). Dos de ellas son, sin ninguna duda, hachas de trabajo, mientras que la tercera tiene muchas posibilidades de serlo también, aunque de otro tipo. Y en cuanto a su cronología, mientras que la primera podría fecharse en esos momentos finales de la Antigüedad o iniciales de la Edad Media, la segunda y la tercera tienen algunas papeletas para ser más reciente y más antigua, respectivamente. Por tanto y en cualquier caso, elegir estas tres piezas para ilustrar (en parte) el armamento de los siglos VI-VIII d. de C. constituye un tremendo error, siendo generoso. O, sin serlo, un enorme despropósito. Aunque no deja de tener cierta gracia que, empeñados en recrear la imagen del guerrero visigodo aristocrático al final, sin ser conscientes de ello, hayan colocado en la exposición piezas relacionadas con trabajos bastante más "innobles" que el de la guerra, dejando un resquicio por el que se han colado, siquiera de forma anecdótica, esos campesinos olvidados en el discurso oficial del museo que menciona Tejerizo.
Y en cuanto al "brochazo", en el panel en el que se exponen los broches de cinturón hay uno que chirría mucho (y otro, cruciforme, sobre el que también habría alguna que otra cosa que contar, pero ése es un trabajo de Enrique, así que lo dejo en sus manos).
La pieza en cuestión es la situada abajo a la derecha en la imagen: un broche de cinturón articulado (aunque en la ficha del MAN lo describan, de forma incomprensible, como un "broche de cinturón de placa rígida"), formado por una placa de forma llamativa y con restos de una decoración esmaltada perdida casi del todo, una hebilla en forma de D y un hebijón de base escutiforme. Según la información que proporciona el propio museo, procede de Castiltierra (Segovia) y formaría parte del ajuar funerario de alguno de los individuos inhumados en ese gran cementerio.
Un vistazo rápido permite apreciar, sin demasiado esfuerzo, que nos encontramos ante el típico "broche Frankenstein", montado a partir de objetos diversos. Esto, aunque muy raro, en ocasiones se dio en la propia vida de las piezas: la pérdida de partes originales y su sustitución por otras de otro estilo, e incluso el "reciclado" y adaptación de materiales antiguos (como la placa tardorromana reutilizada de Espirdo Veladiez, por poner un ejemplo rápido). Sin embargo, aparece con mayor frecuencia en las colecciones de algunos museos, perpetrado en época reciente y de la mano de especialistas despistados o expertos realmente no tan expertos en estos temas (pese a la mentalidad "anticuarista" que sigue planeando sobre la mayor parte de las exposiciones).
Yendo por partes y empezando por la más gorda, de la placa llaman la atención varias cosas. En primer lugar, su aspecto (ese color, ese brillo...), que delata un más que posible estañado de la aleación de base cobre (antes decíamos bronce y tan contentos: cosas de la modernidad) en la que está hecho y que contrasta con el de los otros dos elementos, que "verdean" bastante más. Y en segundo, su propia forma, que la separa sin ningún género de duda de las producciones peninsulares de la época y nos da la clave para conocer su origen: el sur de la actual Francia. Se trata, en efecto, de una placa de cinturón de tipo aquitano, con buenos paralelos más allá de los Pirineos, como el de la siguiente imagen, fechado entre el último cuarto del siglo VI y el primero del VII d. de C.
Siguiendo el orden de mayor a menor, la hebilla, en forma de D, es de las que forman conjunto con los broches liriformes del Nivel V de la clasificación de G. Ripoll y que se fechan entre mediados del siglo VII y todo el VIII d. de C. e incluso puede que algo más allá (y, por cierto, prácticamente idéntica a la de la cueva de El Cuco y a la que acompañaba a la placa damasquinada de la cueva de Las Penas); mientras que el hebijón, de base escutiforme, es característico de las guarniciones de cinturón algo anteriores, de finales del siglo VI y la primera mitad del VII d. de C. (en la mayor parte de la Península, porque en el continente y en la zona donde triunfa la moda franco-aquitana, Vasconia, perduran al menos hasta el VIII d. de C.). Por tanto, ni la hebilla ni el hebijón ni la placa formaron, en origen, parte del mismo broche. Lo dicen sus cronotipologías y lo dice también el color. ¿Pudieron hacerlo como resultado de una de esas reparaciones "sobre la marcha" que acabo de mencionar? Pues tampoco, porque, como puede observarse si uno se fija con cierto detenimiento, es imposible unir esa placa y esa hebilla: los apéndices de sujeción de la hebilla no encajan (ni a martillazos) en los huecos que dejan los de la placa y, por tanto, es imposible colocar un pasador y conformar la charnela que las articularía. Tan sencillo como eso, al margen de tipos y colores.
Desconozco cuál es la historia de la pieza (o, mejor, de las tres piezas: placa, hebilla y hebijón) más allá de su origen en Castiltierra: si fue de las expoliadas y vendidas al MAN o si procede de alguna de las varias excavaciones oficiales. Sí que parece que estaba ya, montada así, en la exposición antigua, por lo que el error se ve que viene de muchos años atrás y no se ha corregido. Que una placa aquitana aparezca en una necrópolis segoviana es bastante raro (y debería haber llamado la atención de quienes la han catalogado y, al menos, figurar en la ficha...), aunque no imposible. De hecho, hay unos cuantos ejemplos repartidos por la Península (alguno en Cantabria), más allá de la zona vascona, donde abundan (y de ellos pienso hablar en otra entrada, alguna vez). Que la placa aquitana aparezca articulada a una hebilla en forma de D (exclusiva de la toréutica hispanovisigoda peninsular de onda mediterránea), tres cuartos de lo mismo. Que el hebijón sea de tipo escutiforme pero no esté estañado (lo que lo aleja de la placa, que es la única con la que podría hacer pareja) refuerza la idea de un montaje imposible. Y que las piezas no encajen entre sí y sea imposible construir un broche utilizable con todas ellas ya es el remate final. Que, según parece, nadie en el MAN se haya dado cuenta de ello y ese "broche Frankenstein" de Castiltierra esté expuesto, tal cual, en el que tiene que ser el padre y referente de todos los museos arqueológicos españoles es... un "brochazo" (y mejor dejarlo ahí).
En primer lugar, me meteré con los tres ejemplares de hacha que se exponen. Cualquier lector más o menos fiel del blog sabrá ya a estas alturas que se trata de un arma/herramienta que me fascina particularmente (de lo que dan fe ésta, ésta y esta otra entrada, además de otras dos que enlazaré más adelante), así que lo que se expone en el MAN (y lo que se cuenta) me ofende sobremanera.¿Por qué? Pues por lo que voy a tratar de contar a continuación, siguiendo un orden de arriba a abajo, según aparecen en la foto.
Hacha de Soto del Real (detalle de una fotografía de A. Martínez Levas, tomada de la web del MAN)
Iba a escribir que cualquier parecido entre ella y una francisca (o hacha de combate arrojadiza) es pura coincidencia, pero ni siquiera eso sería cierto: lo único que tienen en común es que son hachas, de hierro y de época visigoda (en un sentido amplio: siglos VI-VIII d. de C., aunque la cronología de la de Soto del Real podría ir algo más allá), como puede comprobarse en esta imagen:
Hachas de combate de los siglos VI-VII (y quizá también VIII), arrojadizas y no tanto, de las necrópolis de Aldaieta y San Pelayo (Álava), según Azkarate y García Camino, 2012
El hacha de Soto del Real pertenece al tipo de las dolabras y, dentro de éste, al de las bipennes. Y cuenta con buenos paralelos, cierto que no idénticos, en el mundo hispanovisigodo, como ya mostré en otra entrada hace unos años. Por tanto, no se trata de un arma, sino de un útil, de una herramienta utilizada en trabajos de carpintería (corte y trabajo de la madera). Y por ello llama poderosamente la atención verla blandida (de forma ciertamente antinatural) por un ¿fiero? guerrero visigodo (o eso se pretende) en la ilustración (manifiestamente mejorable y que roza la indignidad cuando se la compara con las de la zona de prehistoria) que la acompaña. Ilustración (¡qué obsesión con los guerreros!) que enlaza con parte de la crítica que hace Tejerizo en su artículo (leedlo, si es que a estas alturas de la entrada aún no lo habéis hecho) citado unos párrafos más arriba y que nos da el pie para saltar al segundo hacha, el del medio. Y lo hace porque, en la versión antigua del MAN, anterior a la última reforma, había otro dibujo de otro guerrero (cómo no) godo. Y ese guerrero portaba, como puede comprobarse en la siguiente imagen, el ejemplar del que voy a hablar ahora.
Ilustración antigua en el MAN (foto tomada de aquí)
Llegados a este punto, salta a la vista que, aunque distinto, nos encontramos ante un hacha del mismo tipo que el anterior y que, por tanto, no se trata de un arma de guerra. Pero no adelantemos acontecimientos... La ficha del museo dice que procede de Santiago-Pontones, en Jaén y repite el mismo mensaje que para el caso anterior: que "se ha relacionado con la francisca por su morfología" y que se fecha en los siglos VI-VII d. de C.
Hacha de Santiago-Pontones (detalle de una fotografía tomada de la web del MAN)
Tampoco es una francisca (es una dolabra, de tipo bipenne, de nuevo) y su cronología, probablemente, es más moderna. ¿Por qué digo esto último? Pues porque tiene algún paralelo formal bien datado en época medieval y ninguno en contextos seguros de época visigoda. El mejor que he visto hasta ahora, el hacha del ocultamiento de la Cueva de los Infiernos, en Liétor (Albacete), del siglo XI d. de C. (un buen artículo sobre fecha y contexto aquí, en la p. 139)
Objetos para el trabajo de la madera procedentes de Liétor, entre ellos el hacha (según una publicación cuya referencia no consigo encontrar)
Y para terminar, el tercer hacha expuesto (el de abajo) es un viejo conocido del blog, procedente de Rodiles (Asturias). Resumiendo mucho lo que ya comenté en aquella otra entrada, se trata de un objeto que tiene buenos paralelos en algunas hachas de los siglos IV-V d. de C. y cuyas diferencias con las hachas de combate de época visigoda también son bastante marcadas.
Hacha de Soto del Real (detalle de una fotografía de P. E. Suárez, tomada de la web del MAN)
Si, pese a ello (y aquí dejo abierta esa posibilidad, basándome sobre todo en algo que me comentaron en Vitoria hace un par de años y que imagino se publicará en breve), se trata de un hacha de los siglos VI-VII d. de C., lo tengo nada claro que entrase en la categoría de armas, sino más bien en la de herramientas (¿para qué si no esa prolongación en su parte de atrás?). Algo que parece que se tiene en cuenta en su ficha del MAN, donde se puede leer que "se pone en duda que sea una francisca, dada su morfología" (¿será por esa entrada que le dedicamos aquí? Porque, hasta donde yo sé, nadie se ha metido con ello en profundidad aparte de este blog), aunque, paradójicamente, se la siga catalogando como "francisca".
Hasta aquí los tres "hachazos": tres presuntas franciscas, o hachas de combate arrojadizas de época visigoda, que no son tal cosa (en todo o en parte). Dos de ellas son, sin ninguna duda, hachas de trabajo, mientras que la tercera tiene muchas posibilidades de serlo también, aunque de otro tipo. Y en cuanto a su cronología, mientras que la primera podría fecharse en esos momentos finales de la Antigüedad o iniciales de la Edad Media, la segunda y la tercera tienen algunas papeletas para ser más reciente y más antigua, respectivamente. Por tanto y en cualquier caso, elegir estas tres piezas para ilustrar (en parte) el armamento de los siglos VI-VIII d. de C. constituye un tremendo error, siendo generoso. O, sin serlo, un enorme despropósito. Aunque no deja de tener cierta gracia que, empeñados en recrear la imagen del guerrero visigodo aristocrático al final, sin ser conscientes de ello, hayan colocado en la exposición piezas relacionadas con trabajos bastante más "innobles" que el de la guerra, dejando un resquicio por el que se han colado, siquiera de forma anecdótica, esos campesinos olvidados en el discurso oficial del museo que menciona Tejerizo.
Y en cuanto al "brochazo", en el panel en el que se exponen los broches de cinturón hay uno que chirría mucho (y otro, cruciforme, sobre el que también habría alguna que otra cosa que contar, pero ése es un trabajo de Enrique, así que lo dejo en sus manos).
La pieza en cuestión es la situada abajo a la derecha en la imagen: un broche de cinturón articulado (aunque en la ficha del MAN lo describan, de forma incomprensible, como un "broche de cinturón de placa rígida"), formado por una placa de forma llamativa y con restos de una decoración esmaltada perdida casi del todo, una hebilla en forma de D y un hebijón de base escutiforme. Según la información que proporciona el propio museo, procede de Castiltierra (Segovia) y formaría parte del ajuar funerario de alguno de los individuos inhumados en ese gran cementerio.
Broche "Frankenstein" de Castiltierra (fotografía tomada de la web del MAN)
Un vistazo rápido permite apreciar, sin demasiado esfuerzo, que nos encontramos ante el típico "broche Frankenstein", montado a partir de objetos diversos. Esto, aunque muy raro, en ocasiones se dio en la propia vida de las piezas: la pérdida de partes originales y su sustitución por otras de otro estilo, e incluso el "reciclado" y adaptación de materiales antiguos (como la placa tardorromana reutilizada de Espirdo Veladiez, por poner un ejemplo rápido). Sin embargo, aparece con mayor frecuencia en las colecciones de algunos museos, perpetrado en época reciente y de la mano de especialistas despistados o expertos realmente no tan expertos en estos temas (pese a la mentalidad "anticuarista" que sigue planeando sobre la mayor parte de las exposiciones).
Yendo por partes y empezando por la más gorda, de la placa llaman la atención varias cosas. En primer lugar, su aspecto (ese color, ese brillo...), que delata un más que posible estañado de la aleación de base cobre (antes decíamos bronce y tan contentos: cosas de la modernidad) en la que está hecho y que contrasta con el de los otros dos elementos, que "verdean" bastante más. Y en segundo, su propia forma, que la separa sin ningún género de duda de las producciones peninsulares de la época y nos da la clave para conocer su origen: el sur de la actual Francia. Se trata, en efecto, de una placa de cinturón de tipo aquitano, con buenos paralelos más allá de los Pirineos, como el de la siguiente imagen, fechado entre el último cuarto del siglo VI y el primero del VII d. de C.
Arriba, placa aquitana del Tipo H de Lerenter de la necrópolis de Haure (Drudas, Haute-Garonne, Francia), según Boudartchouk et alii, 2000 . Abajo, placa de Castiltierra expuesta en el MAN (detalle de una fotografía antigua de los fondos del museo tomada de aquí)
Siguiendo el orden de mayor a menor, la hebilla, en forma de D, es de las que forman conjunto con los broches liriformes del Nivel V de la clasificación de G. Ripoll y que se fechan entre mediados del siglo VII y todo el VIII d. de C. e incluso puede que algo más allá (y, por cierto, prácticamente idéntica a la de la cueva de El Cuco y a la que acompañaba a la placa damasquinada de la cueva de Las Penas); mientras que el hebijón, de base escutiforme, es característico de las guarniciones de cinturón algo anteriores, de finales del siglo VI y la primera mitad del VII d. de C. (en la mayor parte de la Península, porque en el continente y en la zona donde triunfa la moda franco-aquitana, Vasconia, perduran al menos hasta el VIII d. de C.). Por tanto, ni la hebilla ni el hebijón ni la placa formaron, en origen, parte del mismo broche. Lo dicen sus cronotipologías y lo dice también el color. ¿Pudieron hacerlo como resultado de una de esas reparaciones "sobre la marcha" que acabo de mencionar? Pues tampoco, porque, como puede observarse si uno se fija con cierto detenimiento, es imposible unir esa placa y esa hebilla: los apéndices de sujeción de la hebilla no encajan (ni a martillazos) en los huecos que dejan los de la placa y, por tanto, es imposible colocar un pasador y conformar la charnela que las articularía. Tan sencillo como eso, al margen de tipos y colores.
Representación gráfica de la imposibilidad de articular placa y hebilla (sobre la foto antigua tomada de aquí)
Desconozco cuál es la historia de la pieza (o, mejor, de las tres piezas: placa, hebilla y hebijón) más allá de su origen en Castiltierra: si fue de las expoliadas y vendidas al MAN o si procede de alguna de las varias excavaciones oficiales. Sí que parece que estaba ya, montada así, en la exposición antigua, por lo que el error se ve que viene de muchos años atrás y no se ha corregido. Que una placa aquitana aparezca en una necrópolis segoviana es bastante raro (y debería haber llamado la atención de quienes la han catalogado y, al menos, figurar en la ficha...), aunque no imposible. De hecho, hay unos cuantos ejemplos repartidos por la Península (alguno en Cantabria), más allá de la zona vascona, donde abundan (y de ellos pienso hablar en otra entrada, alguna vez). Que la placa aquitana aparezca articulada a una hebilla en forma de D (exclusiva de la toréutica hispanovisigoda peninsular de onda mediterránea), tres cuartos de lo mismo. Que el hebijón sea de tipo escutiforme pero no esté estañado (lo que lo aleja de la placa, que es la única con la que podría hacer pareja) refuerza la idea de un montaje imposible. Y que las piezas no encajen entre sí y sea imposible construir un broche utilizable con todas ellas ya es el remate final. Que, según parece, nadie en el MAN se haya dado cuenta de ello y ese "broche Frankenstein" de Castiltierra esté expuesto, tal cual, en el que tiene que ser el padre y referente de todos los museos arqueológicos españoles es... un "brochazo" (y mejor dejarlo ahí).